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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Caballeros y doncellas dijo : no os parecerá descortesía que un pasajero, que a la dicha camina por aquí, haya osado turbar vuestro regocijo con su presencia; pero bien se podrá perdonar a un español que vuelve de tierras extrañas el deseo de gozarse en los festejos de los suyos, y mucha nobleza me muestra este aparato para que no confíe hallar agasajo en vuestra cortesanía.

Pero transcurrieron los días y siguió callando, como si pasada la primera impresión de cólera, sólo le inspirasen desprecio aquellas contrariedades, y no quisiera turbar con nuevas querellas el bienestar animal que encontraba en su casa.

Agitaba los brazos, dando alaridos salvajes de reto que sacaban a los toros de su inmovilidad. Unos saltaban nerviosos, acometiendo con la cabeza baja contra aquel hombre que venía a turbar la paz de su encierro. Otros se ponían firmes sobre las patas, aguardando con la cabeza alta y el gesto fosco a que el atrevido osase acercarse a ellos.

Además, desde que había renacido su amor a impulsos de la desgracia, y ella y Juan vivían tranquilamente, queriéndose mucho, no creía que un nuevo accidente viniese a turbar su dicha. Aquella cogida era obra de Dios, que muchas veces saca el bien del mal, y había querido unirlos por medio de un accidente doloroso. Juan torearía como otras veces y volvería a casa sano y salvo.

Bien sabía él que los señores se burlaban de esto, considerando casi como salvajes a los payeses de la isla; pero a los pobres hay que dejarles sus costumbres, olvidarlos, no turbar sus escasas alegrías. Ahora fue Febrer quien puso el gesto triste.

Se sentó, mejor dicho, se dejó caer sobre el césped, y acometido a la vez por la admiración, el temor, el bienestar y la sorpresa, giró la vista en torno, contemplando el templo sublime de la naturaleza. No osaba mover un dedo siquiera por no turbar la majestad silenciosa y la paz de sus naves.

Suéltenlo ustedes: es un santo. En aquel instante entraba en el saloncillo Reynoso con García. Este, para no turbar a su amigo Aldama, había escrito desde la delegación una esquelita a aquél haciéndole saber lo que le ocurría. Don Germán se apresuró a ir allá y afianzarle. Llegaba el buen García feliz, resplandeciente.

Hoy tiene ya otras afecciones, otros deberes, y esté usted seguro de que no conseguirá apartarla de ellos, pero si abusa de mi forzada indiscreción, conseguiría turbar su tranquilidad... y a , señor, en premio del servicio que le he prestado, me sumiría en un abismo de dolor. Déme usted sus órdenes, dígame qué quiere que haga.

De no ser su hermana, hubiese querido ser su amante. Y al agotarse la lluvia de flores se apartó, para no turbar con su presencia el dolor gimente de los padres. Ante la inutilidad de sus quejas, el antiguo carácter de don Marcelo se había despertado colérico, rugiendo contra el destino. Miró al horizonte, allí donde él se imaginaba que debían estar los enemigos, y cerró los puños con rabia.

¡Cuánto sabes, Isidro! murmuró acariciándole con la mirada . Por eso te quiero tanto: porque dices cosas bonitas. Maltrana rió de la sencillez de la muchacha, sintiéndose halagado al mismo tiempo por su admiración. Casi se arrepintió de lo que llevaba dicho: eran tonterías; la hablaba como si fuese un compañero al que quisiera turbar con sus paradojas.

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