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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Entonces, satisfacciones del Lujo, regalos del Amor, orgullos del Poder, todo, todo lo gocé con la imaginación, en un instante y en un solo sorbo. Mas luego una gran saciedad me fué invadiendo el alma, y sintiendo el mundo a mis pies, bostecé como un león harto. ¿De qué me servían por fin tantos millones, sino para traerme, día por día, la desoladora afirmación de la vileza humana?

Su madre le prohibió que tomara la flor, porque las flores de los muertos traen desgracia... Las flores de Lita imploró todavía Ramón, a no pueden traerme desgracia, sino hacerme bueno, porque ella es como mi ángel de la guardia... No importa, hijo mío concluyó su madre. Las flores de los muertos son para los muertos.

Finalmente, como yo tuviese fama de gran labrandera, mi señora la duquesa, que estaba recién casada con el duque mi señor, quiso traerme consigo a este reino de Aragón y a mi hija ni más ni menos, adonde, yendo días y viniendo días, creció mi hija, y con ella todo el donaire del mundo: canta como una calandria, danza como el pensamiento, baila como una perdida, lee y escribe como un maestro de escuela, y cuenta como un avariento.

Y añadió dirigiéndose a Montenegro: Déjame ese papelillo en la cámara oscura y ojalá se os caigan las manos antes de traerme más recetas, como si fuese yo un boticario. El viejo se alejó con paso tardo y balanceante hacia el fondo de la bodega, y Montenegro salió de ella pasando por el taller de tonelería antes de regresar al escritorio.

Cuando con acento de amargura se lo dije a Gloria, ésta se echó a reír locamente. ¡Pobrecillo mío, ya te ha caído el cuadro sobre la cabeza! Consuélate, hijo, que tu Gloria ha vertido muchas lágrimas sobre otros parecidos. ¡Qué hombre más apestoso! Cuando niña, en vez de traerme confites, se entretenía en dibujar cuadritos distribuyéndome las horas. De tal hora a tal hora gramática castellana.

Por la mañana salió temprano a misa y tuvo valor para subir a una casa de préstamos y empeñar una sortija. Cuando su marido se levantó, le dijo sacando un billete de su cómoda: Oye, Mario. Cuando salgas hazme el favor de pasarte por la Mahonesa y traerme unas yemas de coco... pero que no se enteren en casa. Ya sabes que me da vergüenza... ¡Ah!

Por la noche vino un chico a traerme dos maletas, y al otro día bien temprano dio allí el señor cura con una chavalita que venía toa tapá. Nos mandó enganchar y, mientras, la chavalita se subió a la casa. ¿Y no observó usted preguntó el presidente si el sacerdote la acompañó arriba? Yo no le vi subir. Si estuvo arriba, fue poco tiempo.

Llegada la noche, inquietó a Barbarita la tardanza de Jacinta, y cuando la vio entrar fatigadísima, el vestido mojado y toda hecha una lástima, se encerró un instante con ella, mientras se mudaba, y le dijo con severidad: «Hija, pareces loca... Vaya por dónde te ha dado... por traerme nietos a casa... Esta tarde tuve la palabra en la boca para contarle a Baldomero tu calaverada; pero no me atreví... Ya debes suponer si la cosa me parece grave...».

Mañana puede que venga a traerme unos datos que he tomado en la biblioteca aquel muchacho que arregló los libros. Paz le oyó entre turbada y contenta, pero su alegría fue mayor que su inquietud. A la hora fijada estaba allí Pepe, con su línea de conducta trazada de antemano, como general que, tras madurar un plan de batalla, se decide a realizarlo.

Todos me recomendaban el ánimo. ¡Mucho ánimo, ¿eh?, don Seferino! Me mimaban, me festejaban, andaban todos solícitos para traerme cualquier cosa que me apeteciese; pero siempre con una expresión entre dolorida y afectuosa, como si se tratase de un reo en capilla.

Palabra del Dia

ciencuenta

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