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Actualizado: 29 de julio de 2025
Todos me recomendaban el ánimo. ¡Mucho ánimo, ¿eh?, don Seferino! Me mimaban, me festejaban, andaban todos solícitos para traerme cualquier cosa que me apeteciese; pero siempre con una expresión entre dolorida y afectuosa, como si se tratase de un reo en capilla.
Así que rara era la joven que se confesaba con él, ni menos la que apeteciese su conversación o tuviese gusto en envolverle entre nubes de incienso, como hacía Cándida en aquel momento. Su misma inclinación a rescatar las mujerzuelas perdidas, por más que se respetase, no le hacía simpático a las señoritas.
La locura volvió a cogerla entre sus engranajes. Los hombres hablaban de matarse si ella resistía, como si su deber fuese entregarse al primero que apeteciese su cuerpo y la negativa resultase una traición.
Enganchó al caballo, puso el yugo al buey, persuadió á la vaca de que debía permanecer quieta en un establo y dejarse ordeñar resignadamente; también logró convencer á la gallina y al cerdo de que les convenía vivir cerca del hombre, para que éste pudiera matarlos cómodamente cada vez que le apeteciese alimentarse con sus despojos.
Palabra del Dia
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