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Actualizado: 18 de junio de 2025
Pero él lo espera a pie firme, con la espada entre los dientes; le agarra uno de los cuernos y salta ágilmente por encima de él. ¡Bravo, mi digno matador, bravo! recoge la flor de almendro que tu amada te ha echado mientras juntaba las manos para aplaudirte. ¡Pero he aquí que el toro se revuelve! ¡Virgen del Carmen! ¡mala señal!
No tenían ventanas, sino que les venía la luz del techo. Sobre las puertas ponían a veces piedras talladas con alguna figura misteriosa, como un toro con cabeza de hombre, o una cabeza con alas.
Una vez desterrado el capitan general, el mando superior de las armas fué conferido á un sugeto de gran instruccion y valor personal; este era el coronel Fernando Toro, hermano del marqués de este nombre, que habia sido educado en España.
Primer Teniente. Américo Lora y Yero. Capitán. José M. Iglesias Toro. Primer Teniente. Antonio Pineda y Rodríguez. Segundo Teniente. Crescencio Hernández Morejón Capitán. José González Valdés. Primer Teniente. Tomás Quintín Rodríguez. Segundo Teniente. Jesús Adalberto Jiménez. Capitán. José Perdomo Martínez. Primer Teniente. Olvido Ortega y Campos. Segundo Teniente. Jacinto Llaca y Argudín.
Había que halagar a los «ciudadanos» del sol, tumultuosa y terrible demagogia que llevaba a la plaza los odios de clase, pero con la mayor facilidad convertía los silbidos en aplausos así que una leve muestra de consideración acariciaba su orgullo. Los peones, arrojando sus capas al toro, emprendieron carrera para llevarlo al lado del redondel caldeado por el sol.
Desgraciadamente no fué solo el toro el que pagó las consecuencias de la violenta acometida; la cigüeña también se había destrozado, y todos sus pasajeros hubieron de descender de ella internándose en la manigua, pues debían buscar una posición que estuviera en condiciones de poderse defender, caso de que alguna partida tratara de atacarles.
¡Juan! ¡Juan! ¡por Dios! no me obligues á lo que yo no quiero hacer. ¿Pero á ti qué te importa? Toda la culpa caerá sobre tu marido. ¡Y si le ahorcaran inocente!... ¡no y no! Pues bien, no me volverás á ver. No, tampoco. ¿En qué quedamos, pues? ¿no te digo que estoy haciendo falta en Nápoles? Echad abajo la ventana con vuestras fuerzas de toro, hermano dijo rápidamente Quevedo al oído del bufón.
Entre sus dignos miembros figuraban el general Miranda, el marqués del Toro, Francisco Javier Ustáriz, Lino Clemente, Martin Tovar, Juan German Roscio, Antonio Nicolás Briceño, Francisco Javier Yánes y otros varios.
Los pobres y las pobras se escarapelaron viendo la justicia en su garito, y el verdadero Diablo Cojuelo, como quien deja la capa al toro, dejó a Cienllamas cebado con el pobrismo, y por el caracolillo se volvieron a salir del garito él y don Cleofás.
Que tuviese mala suerte, y una mitad del circo se levantaría vociferante contra él, llamándole desagradecido e ingrato con los que le «levantaron». Mató su primer toro con mediana fortuna. Se arrojó, audaz como siempre, entre los cuernos, pero la espada tropezó en hueso. Los entusiastas le aplaudieron. La estocada estaba bien marcada, y de la inutilidad de su esfuerzo no tenía él la culpa.
Palabra del Dia
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