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Actualizado: 23 de junio de 2025
Tímida y cortada se detuvo en el umbral; bajaba los ojos, y al parecer distraída jugaba con la punta del delantal. ¿Me llamaba usted, doña Pepita? dijo. Sí, respondió mi tía, para que conozcas al sobrino. ¿No deseabas conocerlo? Pues aquí lo tienes. Ya lo ves. La doncella murmuró una excusa.
Fulguraban sus ojos como dos puñales; relucían como dos soles. El vicario callaba y la miraba casi con terror. Ella recorrió la sala a grandes pasos. No parecía ya tímida gacela, sino iracunda leona.
En uno de sus viajes desde el castillo al pabellón, la muchacha fué llamada por el alemán. Permaneció erguida ante su mesa, tímida, como si presintiese un peligro, pero haciendo esfuerzos para sonreir. Mientras tanto, Blumhardt le hablaba acariciándole las mejillas con sus manazas de hombre de pelea. A Desnoyers le conmovió esta visión.
Poldy, por irreflexivo y curioso instinto, siguió andando por la margen de la laguna hacia el sitio donde el torreón se parecía. Y estando ya muy cerca de él, vio de improviso un objeto que, si bien ella no era tímida, le produjo un sacudimiento nervioso, por mostrarse tan de repente y cuando menos lo recelaba.
Y sus compañeros, los padres graves del convento, al ver su leve y triste y siempre dulce sonrisa, su palabra siempre tímida y escasa, y lo dulce de sus sermones, y la paciencia con que asistía un día y otro al confesonario, habían acabado por creerle pobre de espíritu, le trataban con cierta superioridad impertinente, y decían de él que era un buen hombre.
La despedida fue tímida y significativa por parte de Carlota, franca y afectuosa por la de su hermana, propia de una futura hermana política; por la de D.ª Carolina maternal, aunque templada por el respeto que le merecía la autoridad de su marido; y por éste tan cortés, tan suave, tan condescendiente, que Mario se mostró hondamente conmovido, y apenas pudo articular con voz temblorosa algunas palabras de ofrecimiento.
Carmen no correspondió al afecto de Pablo, sea por que su educación, extremadamente recatada, la hiciese muy tímida todavía para los asuntos amorosos, sea, lo que yo creo más probable, que la asustaba la ligereza de carácter del joven, muy dado a galanteos, y que había ya tenido varias novias a quienes había dejado por los más ligeros motivos.
Les despojo de sus fajas y voy repasándolos lentamente... Y de pronto me pongo un poco pálido y dejo caer de las manos uno de los periódicos. Se trata de El Pueblo, de Valencia. ¿Qué dice? Habla de un artículo mío. Y este artículo «es lo más atrevido, rebelde y verdaderamente revolucionario que ha publicado la prensa española, tan tímida y parapoco, hace muchos años».
En la plaza mayor ya levantada Queda una ardiente codiciosa hoguera, Que de nuestras riquezas ministrada Sus llamas sube hasta la quarta esfera: Alli con triste priesa acelerada Y con mortal y timida carrera, Acuden todos, como á santa ofrenda, A sustentar sus llamas con su hacienda.
Sus ojos parecían tener las tintas cambiantes del mar: negros á unas horas, azules á otras, verdes y profundos cuando reflejaba la luz del sol como un punto de oro. Se sintió atraído por su sencillez, por la gracia tímida de sus palabras y sonrisas.
Palabra del Dia
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