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La mano de la Judic es la más bonita de París. En las carreras es donde se lucen los mejores vestidos. ¡Qué linda estaría Adela, en el pescante de un coche de carreras, con un vestido de tila muy suave, adornado con pasamanería de plata! ¡Ah, y con un guía como Pedro, que conocía tan bien la ciudad, qué pronto no se estaría al corriente de todo! ¡Allí no se vive con estas trabas de aquí, donde todo es malo!

Después fue cuando la señorita me mandó que le hiciese un poco de tila, y mientras yo estaba en la cocina subió su padre con los amigos. Cuando llegué la encontré tendida en el suelo en paños menores. El papá trataba de llevarla a la cama y yo le ayudé.

Sin despegar los labios, abandonaba Nina el jergón, y, echándose una falda, hacía la taza de tila en la cocinilla económica, y antes o después daba la medicina a la enferma, y luego las friegas, y por fin acostábase con ella para arrullarla como a un niño, hasta que conseguía dormirla.

Pedí al ama que me hiciese una taza de tila... En cuanto quedamos solos, sin mediar palabra alguna se arrojó sobre , cubriéndome la cara de besos, apretándome con tal fuerza que pensé morir... Aturdida y horrorizada, lancé algunos gritos, pero él los sofocó poniéndome la mano en la boca... Luché con desesperación, y Dios me dio fuerzas para desprenderme de sus brazos y saltar de la cama... Pero apenas había puesto los pies en el suelo, me encontré otra vez sujeta y con la boca tapada... Forcejeamos un rato, pero aquella lucha no podía durar mucho tiempo... Al fin, perdí el sentido...

Entró en su casa.... Pidió tila, se acostó... y al verse rodeado de su mujer y de sus hijas que le echaban sobre el cuerpo cuantas mantas había en casa, el ateo empedernido sintió una dulce ternura nerviosa, un calorcillo confortante y se dijo: «Al fin, hay una religión, la del hogar». A la mañana siguiente despertó a toda la casa a campanillazos. «Se sentía mal.

Petra, temblando de frío, con los brazos cruzados, unos blanquísimos brazos bien torneados, se retiró discretamente, pero se quedó en la sala contigua esperando órdenes. Ana se empeñó en que Quintanar casi siempre le llamaba así bebiese aquella poca tila que quedaba en la taza. ¡Pero si don Víctor no creía en los nervios! ¡Si estaba sereno! Muerto de sueño, pero tranquilo. «No importaba.

Con la tila y el azahar Anita acabó de serenarse. Respiró con fuerza; sintió un bienestar que le llenó el alma de optimismo. «¡Qué solícita era Petra! y su Víctor ¡qué bueno!». «Y había sido hermoso, no cabía duda.

Pues tila, querido, tila. ¿Qué quiere usted tomar, caballero? Un vaso de agua. Mientras Amalia lavaba el vaso en un barreño colocado al extremo del mostrador, Andrés la examinó a su talante. Los datos de Celesto le parecieron exactos. Era una moza de arrogante figura y buenos ojos, de brazos rollizos y amoratados; gorda y colorada en demasía.

Según el Magistral, iba pregonando su gloria. Don Fermín no presidía este entierro como el del miércoles, pero celebraba con él su nuevo triunfo. Caminaba cerca de Ana, casi a su lado en la tila derecha, entre otros señores canónigos, con roquete, muceta y capa; empuñaba el cirio apagado, como un cetro. «

Quisiera que tocases la novena sinfonía de Beethoven, esa obra que tanto me gusta... Yo pienso que me tranquilizaría más que la tila y el azahar. ¡Pero eso no es molestia, hija mía! Es un placer replicó riendo el caballero. Y abrazándola de nuevo y estampando un beso en su frente se alzó del asiento, se acercó al piano y lo abrió.