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Actualizado: 22 de junio de 2025
Cuando yo terminaba la rápida inspeccion de aquel inmenso templo del arte mas divino, mas fecundo y elevado que el hombre ha podido cultivar, templo que sería preciso visitar durante meses para darse una idea cabal de su valor, sentia que mi espíritu se habia ensanchado, que mis nociones intuitivas sobre lo sublime tomaban consistencia.
Comunicábanse las habitaciones de Currita con las de Villamelón por la alcoba, y por un cuarto contiguo al del baño, con un largo pasadizo; terminaba este por un lado en el cuarto de Kate, la doncella inglesa, y por otro en una estrecha escalerilla que iba a parar a un jardín muy reducido.
Marchaban emparejados y sumidos en sus reflexiones. El corredor parecía interminable. Se veían a ambos lados blancas puertas cerradas; detrás de unas reinaba un silencio absoluto; detrás de otras se adivinaba una ligera agitación: la de los enfermos insomnes, que no podían estarse quietos. El corredor no se terminaba jamás, y las puertas eran extrañamente numerosas.
Siempre, en tales ocasiones, las dos terribles mujeres se burlaban de su angustia, y la escena terminaba con el mote convenido. La santa... es la santa.... ¡pobrecita!... Ella, entonces, erguía su corazón acobardado para decirle a Dios en íntima plegaria: ¡Y bien, Señor, yo quiero ser santa; es preciso que lo sea...; hazme santa, Dios mío..., hazme santa de veras!
Se trataba del relato lúgubre de las hazañas de la Aretusa, navío de 74 cañones, cantado en tono menor, cuya melodía terminaba con un estribillo prolongado al fin de cada estrofa. Era de ver a Jack meciendo en sus brazos a La Suerte con el movimiento de un buque y entonando esta canción de sus tiempos de fidelidad.
Cuando llegó el día de la boda no pidió permiso, y se contentó con enviar un saludo por medio de su antiguo condiscípulo Franz Maas, que justamente terminaba entonces su servicio. Seis meses más tarde, él también lo había terminado. Bueno... ¿qué hizo Juan?
Mientras iban, impuso a Juana con palabras entrecortadas de todo lo que sabía, de la causa aparente del duelo, del nombre de los testigos, del arma elegida, de la hora y lugar de la cita. Era cerca de la una de la mañana, y Jacobo terminaba sus últimas disposiciones, cuando vio con estupor abrirse violentamente la puerta de su biblioteca y dar paso a Juana.
En la chimenea, en vez de no haber más que rescoldo y cenizas, ardía bastante leña que levantaba llamas, en cuyo centro, sobre unas trébedes se veía una retorta de cobre donde empezaba a hervir un líquido. El tubo encorvado, con que terminaba la cobertera de aquel pequeño alambique, iba a parar a una urna de vidrio suspendida en la pared y llena de agua clara.
Hay que advertir que para Manín se llamaban macarrones todos los manjares que no conocía, lo cual caía muy en gracia al maestrante. Mientras terminaba tan dignamente aquella comida indecorosa no cesaba de murmurar pestes contra ella, haciendo responsable en parte a D. Cristóbal, a quien dirigía de vez en cuando desde un rincón largas miradas de rencor.
Estas conferencias las terminaba siempre dando la misma orden: Busque usted dinero. Pida prestado... Yo soy el príncipe Lubimoff, y esto no puede durar.
Palabra del Dia
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