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Actualizado: 22 de mayo de 2025


No, por cierto, señora, respondió Tragomer, que veía contrariado que aquella mujer terminaba las confidencias apenas empezadas. Se trata, sencillamente, de un asunto de herencia. ¿Hereda? exclamó la gruesa rubia con acento de indignación. ¿Va á heredar? No hay como esas muchachuelas para tener una suerte semejante... ¡Oh! Voy á llamar á Campistrón. ¿Permiten ustedes?

Por fin, Manolita supo que Melchor la amaba gracias a una carta de éste, en la cual, conforme al patrón de todas las declaraciones, comparaba su corazón con el Vesubio, y comenzando con las consabidas frases: «Señorita: desde el móntenlo que la vi a usted», etc., terminaba: «Salve usted este corazón que está herido de muerteManolita acogió burlescamente la declaración del dependiente, mas no por esto dejó de agradecerla, con esa satisfacción que causa en toda mujer el saber que es amada, y nada dijo a su familia ni a Rafael.

Terminaba con dos líneas sobre su vida privada y supe lo que ignoraba completamente y era que: «Francisco I llevaba vida alegre y amaba prodigiosamente a las mujeres. Y que prefirió grande y sinceramente a la hermosa dama Ana de Pisseleu, a quien dio el condado de Etampes, que erigió en ducado para serle agradable

Por lo demás, la cigüeña tenía el instinto de no aburrir, y siempre terminaba las conferencias pronto y de un modo brusco, lanzándose repentinamente en el aire, trazando graciosas espirales en su sereno vuelo y al cabo perdiéndose de vista. Pasó la primavera, pasó el verano, vino luego el otoño, como sucede siempre, y empezó por último a aparecer el invierno.

569 La mandaba a trabajar, poniendo cerca a su hijito tiritando y dando gritos, por la mañana temprano, atado de pies y manos lo mesmo que un corderito. 570 Ansí le imponía tarea de juntar leña y sembrar viendo a su hijito llorar, y hasta que no terminaba, la china no la dejaba que le diera de mamar.

»Espero que ya estará completamente tranquilo por la salud de su amiga, la señora Husson, que tantas inquietudes le causó. ¡Qué buena idea ha tenido para restablecerse, de hacerse acompañar por usted a Ascot, en los días de carreras!» Y la carta terminaba con un correcto y trivial adiós. Cuando terminó la lectura, Huberto se sintió algo indignado.

El sesudo Mentor terminaba con protectora solicitud y paternal indulgencia: «Tu ligereza ha sido grande; pero inventa una disculpa, apresúrate a venir y trataremos de arreglarlo».

Terminaba aquel día el curso, había tenido ya lugar la distribución de premios, y llegaba la hora de las despedidas.

Siempre que Arturo hacía algunas frases pomposas e irónicamente elevadas por el estilo las terminaba exclamando: ¿Qué tal? ¿Me explico? ¿Entiendo o no entiendo la metafísica de amor? El Conde reprimía su disgusto: no se daba por aludido cuando podía, y si decía alguna palabra era con gravedad, sin seguir la broma.

En otros tiempos era de bronce, y cuando decían misa en la capilla, al llegar el instante del ofertorio, la estatua, por ocultos resortes, incorporábase, quedando de rodillas hasta que terminaba la ceremonia.

Palabra del Dia

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