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Lo primero que se presentó a su espíritu fue el pesar de haber perdido una fuerte suma de dinero en las carreras de Ascot, donde había visto desaparecer sus esperanzas con el caballo que las llevaba. Huberto no era jugador liberal; hombre de orden, adorador del dinero, detestaba el perder.

¡Esto no es posible, me hace una comedia! se decía ante los ojos risueños que la miraban; no se recibe de esa manera la noticia de la mala conducta de un novio. En otro rincón del salón, la señora Gardanne, de muy buena fe, ponía un celo no menos caritativo en instruir a su cuñada del encuentro que había hecho Bertrán en las carreras de Ascot.

Había jugado en Ascot por espíritu de imitación, para no ser menos que los amigos que lo rodeaban; pero como la pérdida que había sufrido iba a desequilibrar su presupuesto durante algún tiempo, su disgusto era profundo.

Si el proyecto de la Condesa de Husson marcha bien, he aquí algo que compensará mis pérdidas en Ascot pensó juiciosamente. Este rubí sentará deliciosamente en la mano de miss Maud. Haré rehacer el engaste con algunos brillantes; un anillo más relumbrante se armonizará mejor con su género de belleza.

Supongo que habría venido, en vez de ir a las carreras de Ascot; Bertrán lo encontró allí... Huberto manejaba un mail lleno de señoras muy chic, y en el que todo el mundo, incluso él, parecía divertirse extraordinariamente; Bertrán pudo reconocer a miss Maud Watkinson, ¿sabes? esa americana tan rica de quien se ha hablado tanto este invierno y que anda por todas partes con la Condesa de Husson.

La joven tomó el brazo de su madre, apoyó su linda cabeza sobre el hombro materno, y dijo cariñosamente: Querida mamá, puedes estar tranquila, no estoy afligida. ¿ sabes, entonces? María Teresa se sonrió. Que Huberto ha ido a las carreras de Ascot, que ha mentido, y que se divertía mientras nosotros sufríamos. No solamente esto no me desagrada, sino que me llena de felicidad...

»Espero que ya estará completamente tranquilo por la salud de su amiga, la señora Husson, que tantas inquietudes le causó. ¡Qué buena idea ha tenido para restablecerse, de hacerse acompañar por usted a Ascot, en los días de carreras!» Y la carta terminaba con un correcto y trivial adiós. Cuando terminó la lectura, Huberto se sintió algo indignado.