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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Por ejemplo, narrando la historia de Mucio Scévola, yo terminaba así: Quemó su mano derecha para castigarla por haberse equivocado, lo que prueba que no era sino un imbécil. El cura que un momento antes me escuchaba con aire complacido, se estremecía de indignación: ¡Un imbécil, señorita! ¿y porqué?

Me senté, pues, a la mesa, prometiendo a los demás comensales que pronto los alcanzaría; pero por más que hice y por bien que jugué mis mandíbulas, no logré impedir que todos concluyeran antes que yo, y como hacía un día espléndido y figuraba en el programa un paseo por el lago, me manifestaron que salían a dar una vuelta mientras yo terminaba de almorzar y concediéronme diez minutos, asegurándoles yo que aún me sobraría tiempo.

Era una angosta escalera de caracol. Comencé a subirla, y no terminaba nunca... Es realmente curioso pensaba mientras subía que una casa tan baja, de dos pisos, tenga una escalera tan alta... como de diez... de veinte... de cien pisos...

Un grupo de arces plantados cerca del castillo enfrente de las ventanas de su habitación recibía un reflejo rojizo que todas las noches me indicaba la hora en que ella terminaba la vigilia. Con frecuencia era muy tarde. Una hora después de la media noche aun se percibía aquel resplandor. Me puse un calzado ligero y bajé la escalera a tientas.

La levantaron, sosteniéndola con sus poderosos brazos, y emprendieron la marcha hacia su casa. Unos pescadores dieron un vaso de vino a Antonio, que no cesaba de llorar. Y mientras tanto, el compadre, dominado por el egoísmo brutal de la vida, regateaba bravamente con los compradores de pescado que querían adquirir la hermosa pieza. Terminaba la tarde.

Los incrédulos afirmaban que la tal visión surgía siempre cuando el observador regresaba de algún boliche lejanísimo llevando muchas copas en el cuerpo. Después de exponer el pro y el contra del asunto, el viejo «baquiano» terminaba así: En un año no tropezamos con ninguno de esos animales, y fuimos de lago en lago desde el Nahuel Huapi hasta cerca de Magallanes.

Entre aquellas crestas descollaba una de pasmosa elevación y arrogancia, que la gente del país llamaba Peña Mayor. Era un enorme peñasco á quien todos los demás que en torno suyo se agrupaban servían de pedestal. Terminaba en punta, como la aguja de una inmensa y fantástica catedral; pero los que hasta allá habían trepado alguna vez afirmaban que sobre esta punta había un campo bastante espacioso.

La broma cesó al aparecer doña Manuela, vestida con una bata de seda negra, amplia, con larga cola y mangas perdidas que completaba su apostura de reina de teatro. Se había librado de doña Clara, aquella posma que nunca terminaba relato alguno, saltando de una conversación a otra, lo que hacía sus visitas interminables.

Había que empezar de nuevo la caza, que á veces se terminaba por desdicha, capturando á las víctimas. El hombre es una presa para el hombre. En ciertos sitios en que la montaña no presenta cavidades propicias, una roca aislada en el valle, una roca de planos perpendiculares era la que servía para fortaleza.

Los cosacos ajustarán las cuentas á esos bandidos terminaba diciendo con absoluta seguridad . Antes de un mes habrán entrado en Berlín. Y su público, compuesto en gran parte de mujeres, esposas ó madres de los que habían partido á la guerra, aprobaba modestamente, con el deseo irresistible que todos sentimos de colocar nuestras esperanzas en algo lejano y misterioso.

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