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Pero Navarro no pareció interesarse mucho en estas cosas profanas, y dando un gran suspiro, dijo así: La salvación de mi alma es lo que me interesa; que lo demás, como cosa del mundo, acabó para . Venga un cura, que me quiero confesar.

Esta se adelantó y la besó en los ojos. Al fin se han vuelto a encontrar, después de un año, murmuró. Se habló de música y de novelas. Laura, que no dejó un instante de observar a Julio, suspiró, volvió a besarla. Se me ocurre que ya te quiere, le dijo al oído. Pero Adriana no podía escucharla. Miraba a Julio con los ojos un poco atónitos y sonreía con su sonrisa ligera.

Dios mío, suspiró Herminia, y se echó en los brazos de Mauricio, como si temiese que los separasen de nuevo. En este momento, se abrió la puerta del comedor y Federico, pálido, avanzó diciendo en tono consternado: ¡Señor! Es la señorita Guichard ... ¡Oh! Bien la hemos visto, contestó Roussel con calma. Hágala usted entrar en el salón.

¡Ah! suspiró la abuela, eso era sin duda en el tiempo en que se hacían aún buenas leyes... Era en el tiempo feliz en que florecían los hebreos, los indos, los persas, los griegos, los romanos, los germanos... ¿Y qué me importa a toda esa gente? Un poco de paciencia, si quieres exclamé volviendo unas hojas. Los hebreos tenían enteramente tus ideas sobre el matrimonio.

Pocos instantes después exhaló Doña Blanca el último suspiro, diciendo con ahogada y sumisa voz: ¡Jesús me valga! El dolor de Clara fué profundo. Silenciosamente lloró la muerte de su madre. Lucía lloró también y trató de mitigar con su afecto el dolor de su amiga.

¡Ah! repuso mamá llevándose las manos al corazón en un inmenso suspiro. ¡, ya pasó!... Pero dime, Alfonso, ¿cómo pudo no haberse hecho nada? ¡Ese pozo, Dios mío!...

La señorita Guichard lanzó un doloroso suspiro y bajó la cabeza con desesperación. ¿Sentía remordimientos por lo que había intentado contra Roussel, ó solamente disgusto por no haber vencido? El diablo sólo hubiera podido saberlo, porque sólo el diablo podía leer en el alma de la solterona.

Ráfagas de aire frío, ascendiendo de los valles del Sarre, traían de muy lejos, como un suspiro, los rumores eternos de los torrentes y de los bosques. La Luna, filtrándose entre las nubes, alumbraba de lleno las selvas sombrías del Blanru, con sus grandes abetos cargados de nieve.

Debía de ser muy fastidioso dijo Francisca con la modestia de una sólida convicción. En aquellos tiempos siguió diciendo la Bonnetable más severa que nunca, las jóvenes no pensaban más que en la corrección de su actitud. Qué mujeres tan distinguidas debían de ser... suspiró Francisca con una expresión ingenua que velaba la impertinencia de sus palabras.

El Rey suspiraba incrédulo, y se acordaba de su conducta, que era la premisa lógica de su gota. De pronto cesaba el paseo: Su Majestad se detenía un rato ante el balcón por donde se veía la Plaza de Oriente, que entonces era un páramo. Miraba un rato las casas de Madrid, y dando un gran suspiro, tornaba al paseo lento y trabajoso.