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El Cigarrero sonreía limpiándose la sangre con el pañuelo. Era una sonrisa tan triste y tan humilde, que a Miguel se le apretó el corazón y estuvieron a punto de saltársele las lágrimas. Sólo cuando apareció el segundo toro en el ruedo, concluyó del todo la bronca.

No dió un grito, no se quejó; se fué como había vivido... Las enfermeras cuentan que el cadáver sonreía; un cadáver ligero como una pluma. En torno de la tumba se ennegrecen varias coronas, lo mismo que si las hubiese chamuscado un incendio. Toledo rebusca entre estas ofrendas de las compañeras de la difunta, hasta señalar un manojo de rosas frescas que empiezan á marchitarse.

Ella, serena, tranquila, sonreía dulcemente contemplando la ruidosa alegría de su marido con el placer no exento de protección con que se miran los juegos de los niños. Cuando el camarero salía, Mario se alzaba repentinamente, corría a su esposa, la besaba frenéticamente y volvía a sentarse. No lo que tienes en la cara hoy, cielo mío, que me enajena.

Eres la de Médicis, la de Canova, la Capitolina, ¡eso es!... la Capitolina, que es la más chulona de todas las Venus... Deja que te bese de rodillas, que te adore. Y en la extravagancia de su embriaguez, pretendió arrodillarse para besar una pierna que asomaba entre las ropas del lecho. Feli sonreía con estos arrebatos de su amante. Le placía verle alegre.

Y deslumbrantes de verdad eran sus palabras: «La verdad es como la luz, no se esconde. El recuerdo de usted me ha acompañado por todas partes; la esperanza de volverle a ver me sonreía. Yo sabía que esta hora llegaría. Pero hay otras verdades en la vida. Y así como lo que le he dicho es realmente cierto, también lo es, y con verdad moral, que el amor de usted y el mío no son durables.

Cuando Napoleón entró en España con su ejército, para quitarles a los españoles la libertad, los españoles todos pelearon contra Napoleón: pelearon los viejos, las mujeres, los niños; un niño valiente, un catalancito, hizo huir una noche a una compañía, disparándole tiros y más tiros desde un rincón del monte: al niño lo encontraron muerto, muerto de hambre y de frío; pero tenía en la cara como una luz, y sonreía, como si estuviese contento.

¡Siempre solito, siempre pensando!... Tal vez está usted haciendo algunos versos lindos. Fernando se incorporó a impulsos de la sorpresa más aún que de la cortesía. Era Nélida la que le hablaba. Lo primero que alcanzó a ver fue su boca, de un rosa húmedo, con los dientes agudos, luminosos; la boca de tigresa admirada por Isidro, que le sonreía cual si pretendiese atraerlo.

La hermosa bestia de los tiempos primitivos, satisfecha de que los machos se maten por poseerla... Esto sólo se ve aquí. Y Aresti sonreía con la satisfacción del naturalista que contempla en su gabinete un animal extraordinario. Llegaban de Gallarta nuevos grupos atraídos por la noticia del asesinato. El juez mostraba prisa por ir con la pareja de miñones en busca de los criminales.

¿Ni de duquesa tampoco? ¡Oh, madame la duchesse! Y una de las amiguitas se inclinaba delante de la novia con reverencia cómica que despertaba las carcajadas de las otras. Araceli, lisonjeada, sonreía con benevolencia. ¿No tardarás en tomar la almohada? ¡Quién piensa en eso todavía! respondió Araceli que había pensado ya infinitas veces.

¡Muy original... muy interesante! Doña Sol sonreía escuchando los detalles de la existencia de aquellos hombres rudos, siempre a vueltas con la muerte, y a los que había admirado hasta entonces de lejos.