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Actualizado: 6 de octubre de 2025


La poltrona parecía venirle demasiado grande; acurrucado en el borde del asiento, las piernas endebles recogidas, de bruces sobre la mesa, tan pegada la cara al papel, que debía ser miope, y no gastaba anteojos, sin embargo... Su cabeza era vulgar, de pelo lacio y aceitoso, salpicado de canas, lo mismo que la barba enmarañada, amarillenta por la falta de aseo o el incienso continuo del tabaco; llevaba la solapa de la levita y los hombros, espolvoreados de caspa, y las uñas muy largas, ribeteadas de negro.

Esta noche... ¡al agua!... ¡Pobre galleguito! Maltrana se presentó en el comedor cuando los camareros servían el segundo plato. Tomó asiento junto a su amigo con cierta timidez, a pesar de la satisfacción y el contento de mismo que respiraba su persona. Fernando notó algo extraordinario en su aspecto. Lucía una flor en la solapa del smoking. De su cabeza surgía un perfume fuerte.

Le he presentado al conde de Cotorraso que le está dando una conferencia sobre los aceites. Miren ustedes qué cara de sufrimiento tiene el pobre. Los tresillistas volvieron la cabeza. Allá en un rincón estaban, en efecto, los dos. El conde hablaba con calor y le tenía cogido por la solapa según su costumbre.

Pero, á semejanza de ciertos enfermos que realizan los actos más contrarios á su voluntad, cuando se apartó de Alicia, haciendo gestos de protesta, sus piernas le llevaron maquinalmente hacia un diván donde estaba encogido el vejete de la barba dura, con la placa del Corazón de Jesús en la solapa, el sombrero en una mano y un gorro de seda sobre la calva. Necesito veinte mil francos.

Los trabajadores que tenían más confianza con él, sonreían al sorprender las miradas involuntarias con que acariciaba este adorno de la solapa, mientras pasaba revista á los talleres. ¿Cuándo es la boda, don Fernando? le preguntaban. Y él contestaba con una sonrisa de enamorado, contento de la vida, como si desease comunicar algo de su felicidad á cuantos le rodeaban.

Por fortuna, se había confinado en la literatura regional, y su inspiración no admitía otro ropaje que el del verso valenciano. Fuera de Valencia y sus pasadas glorias, sólo la Grecia merecía su admiración. Una vez al año le veía Ulises puesto de frac, con el pecho constelado de condecoraciones y una cigarra de oro en la solapa, distintivo de los felibres de Provenza.

D. Félix se detuvo repentinamente delante de él y tomándole por la solapa y sacudiéndole le gritó con frenesí: ¿Sabe usted lo que le digo?... ¡Que antes que un hidepu.. de esos ponga un pie en Cerezangos le meto quince balas de plomo en la cabeza! Si algún cetáceo supo alguna vez lo que era el miedo, fué D. Casiano en aquella ocasión. Los hidalgos. Aunque se sentó á la mesa no pudo comer.

Debía respetar el secreto que hacía buscarse á estas dos personas. Presintió además que el tal misterio iba á ser de corta duración. Tal vez durase lo que la noche. Cuando volvió á la pieza donde estaba el buffet, vió á su amigo Federico que seguía conversando con el mismo personaje: un señor ya viejo, con la roseta de la Legión de Honor en una solapa y el aspecto de un alto funcionario retirado.

Van afeitados, con pantalones anchos y un botón en la solapa, insignia de no que Sociedad de su país. A todas horas destapan champaña en el fumadero; piden la caja de cigarros, y meten la mano para abarcar muchos de una vez, cantan a gritos y son el tormento de los músicos, pues siempre están exigiendo que toquen: ¡Miusic! ¡Miusic!... Viene también sola una dama yanqui, alta, buena moza.

Anunciaron en aquel momento la llegada del correo y Diógenes aprovechó la confusión natural que esto produjo para acercarse al tío Frasquito y cogerle sin miramiento alguno por la abierta solapa de su rico gabán de pieles, que dejaba al descubierto una pechera inmaculada, en cuyo centro relucía, bajo la corbata blanca, una bellísima turquesa, celeste como el cielo.

Palabra del Dia

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