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Actualizado: 25 de junio de 2025
Primeramente se dieron A espías ciento y sesenta Mil ducados. ¡Santos cielos! ¿Qué? ¿Os espantáis? Bien parece Que sois en la guerra nuevo. Más: cuarenta mil ducados De misas. Pues ¿á qué efecto? A efecto de que sin Dios No puede haber buen suceso. Al paso desto Yo aseguro que le alcance. Como se va el Rey huyendo De tantas obligaciones, Quiero alcanzarle... Más: ochenta mil ducados De pólvora.
Los dos lo tenemos, los dos. En pasando de los sesenta no hay día seguro.... Si esos pensamientos te sirviesen para acordarte más de Dios y trabajar en su santo servicio, me alegraría de que los tuvieses. ¿Te parece que no trabajo bastante por él, y me lleva todos los años más de cinco mil duros en misas y novenas? ¡Vamos, Antonio, no hables así!
Mutilado, volvió á caer al mar. No faltó entre ellos quien le viera brazos de sesenta pies de largo. Otros sostenían haber divisado en los mares del Norte una isla movible de media legua de ruedo, que sería un pulpo, el espantoso kraken, el monstruo de los monstruos, capaz de envolver y tragarse una ballena de cien pies de longitud.
Ya podemos Dejar la cuenta. Bien hacen: Temerosos son del fuego. Escuchen por vida mía, Más: veinte mil y quinientos Y sesenta y tres ducados, Y cuatro reales y medio, Que pagué á postas de cartas. ¡Jesús! Y en correos Que llevaban cada día A España infinitos pliegos.
Le doy a usted dijo Aparisi, acompañando su generosidad de un gesto imperial , la friolera de sesenta metros cúbicos de piedra sillar que tengo en la Guindalera. ¿A cómo? preguntó Guillermina, mirándole con los ojos guiñados y apuntándole con la aguja de media. A nada... La piedra es de usted. Gracias, Dios se lo pague. Y el marqués, ¿qué me da?
Era de estatura mucho menos que mediana, lo cual dependía, a no dudarlo, de la cortedad de las piernas, pues el torso era grande, robusto, casi atlético. Las facciones correctas, los ojos saltones y negros adornados con espesas cejas. Pero lo que caracterizaba fuertemente a aquel rostro eran unos enormes bigotes blancos que tapaban lo menos la mitad. Podría tener sesenta y pico de años.
Ciñéndonos al plan que hemos seguido en las TRADICIONES, viene aquí a cuento una rápida reseña histórica de la época de mando del excelentísimo señor don José de Mendoza Caamaño y Sotomayor, marqués de Villagarcía, de Monroy y de Cusano, conde de Barrantes y Señor de Vista Alegre, Rubianes y Villanueva vigésimonono virrey del Perú por su majestad don Felipe V, y que, a la edad de sesenta años, se hizo cargo del gobierno de estos reinos en 4 de enero de 1736.
El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia; porque el número del hombre, y el número de él es seiscientos sesenta y seis. 1 Y miré, y he aquí, el Cordero estaba sobre el monte de Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el Nombre de su Padre escrito en sus frentes.
Luego todos los portugueses, eclesiásticos y seculares, que entonces residían en Roma. Luego los parientes del Embajador, todos en caballos que ostentaban ricos jaeces. Eran los jinetes más de sesenta hidalgos, que lucían sedas y encajes, collares y cadenas de oro y de piedras preciosas, y en los sombreros, cubiertos de perlas, airosas y blancas plumas.
5 Y ella dio a luz un hijo varón, el cual había de regir todos los gentiles con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. 6 Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar aparejado de Dios, para que allí la mantengan mil doscientos sesenta días.
Palabra del Dia
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