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Actualizado: 25 de junio de 2025


19 Y vivió Jared, después que engendró a Enoc, ochocientos años; y engendró hijos e hijas. 20 Y fueron todos los días de Jared novecientos sesenta y dos años; y murió. 21 Y vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. 22 Y anduvo Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años; y engendró hijos e hijas.

¡Polaina, señá Frasquita!... Si te lo llegas a dar , ¿eh, comadre?... Te desbaratas en treinta y dos partes, lo mismo, lo mismo que un rompecabezas... ¡Saltar así a los sesenta y cinco años!... ¡Polaina!... Pero se acordaba él de otro salto aún más mortal todavía: el que dio cierto barbián amigo suyo, desde el almuerzo de un lunes a la comida de un jueves, sin tropezar siquiera en un garbanzo.

Fué su muerte á los sesenta y cinco años de su edad, á 4 de Junio de 1719. El mismo día se celebró su entierro, á que asistió el Ilustrísimo Sr.

Agustín Cortés, mayor, difunto, de oficio que fue negociante, natural y vecino de esta Ciudad, de edad de sesenta y cinco años; reconciliado y preso segunda vez por judaizante relapso; salió al auto en estátua, con insignias de relajado y una caja de sus huesos; leyósele su sentencia con méritos, fue condenada su memoria y fama, relajado a la Justicia y brazo seglar, con sus huesos, con confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapso, impenitente convicto.

Por entre la elegante arquería que mas que sostener el domo parece pender de él, como penden de un chal de Persia sus entretejidos caireles, y que á los ojos esperimentados de un famoso viajero del siglo XII era superior por la delicadeza de su ornato á las mas esquisitas producciones del arte griego y musulman , aparece al fondo la sorprendente fachada del Mihrab , que cuando recibe los reflejos del sol poniente brilla como un paño de brocado cuajado de pedrería, y que debia deslumbrar como la vision de un palacio encantado de lapislázuli, oro, carbunclos, rubíes y diamantes, cuando en el mes de Ramadhan ardian bajo aquella esmaltada cúpula las mil cuatrocientas cincuenta y cuatro luces de la lámpara mayor y el gran cirio de sesenta libras que lucía al lado del Imám . Esta fachada, á pesar de su imponderable riqueza, no presenta la menor confusion: todas sus líneas estan trazadas para servir de ornato y realce al arco que entrada al santuario, pues no tiene mas partes que estas: el arco con su espaciosa archivolta, sus jambas lisas con columnillas entregadas en su grueso, su arrabá contornado de grecas, y una ligera arquería sin vanos en la parte superior, sobre cuyo macizo descansa la imposta que divide los dos cuerpos alto y bajo del domo . Pero es tal la profusion y galanura del ornato de cada una de estas partes, que es preciso renunciar á pintarla con la pluma. ¡Qué dovelas, qué archivolta, qué enjutas, qué tableros, qué recuadros, qué arquería trebolada, qué tímpanos, qué entrepaños!

De manera que, satisfaciendo cada pueblo las asignaciones que van señaladas, emplearía sesenta por ciento de sus utilidades, y siendo éstas 10.000 pesos, como se pone, importarán 6.000 pesos, y le quedarían de aumento cuarenta por ciento, o 4.000 pesos.

Con cuatro barcas pesadísimas é inadecuadas para tal viaje, había salido de Carmen de Patagones, en la costa atlántica, llevando por tripulación unos sesenta hombres. Este puñado de marineros se internaban en un país totalmente inexplorado, en el que vivían los indios más irreductibles y feroces.

Ella, cándida como a los ocho años, y espiritual como a los sesenta; era mi consejera y mi confidente para todo; creo que la costumbre de tener con ella el corazón abierto, ha apresurado su gran madurez de juicio; en cuanto a su piedad, es todo un ángel y sólo temo el exceso, si es que puede llegar a serlo más; parece una madre de familia; no me cabe duda de que, si tiene hijos, los hará hombres de provecho.

Llamábanla ama no porque jamás lo hubiera sido de cría, sino porque había sido ama de gobierno del señor Cura. Estaba ya más cerca de los sesenta que de los cincuenta años, y había cuidado con grande esmero y cariño de Beatriz y de Inés desde que ellas habían quedado huérfanas.

Habían arriado sus gavias, sus foques, su vela mayor, y huían con el viento de proa sólo con el aparejo de mesana; había sido amarrada la barra del timón, y los sesenta y tres hombres que componían las dos tripulaciones, estaban muy ocupados en el sollado poniéndose a bien con Dios. Como no había ningún sacerdote presente, se confesaban los unos a los otros.

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