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Actualizado: 25 de junio de 2025


Pero la inutilidad del sacrificio surgía en su pensamiento. ¿De qué podía servir?... Parecía robusto, se mantenía fuerte para su edad, pero estaba más allá de los sesenta años, y sólo los jóvenes pueden ser buenos soldados. Batirse lo hace cualquiera. El tenía ánimos sobrados para tomar un fusil. Pero el combate no es mas que un accidente de la lucha.

Sangre dijo alegremente . Todo el cielo parece de sangre... Es la bestia apocalíptica que ha recibido el golpe de gracia. Pronto la veremos morir. Tchernoff sonrió igualmente, pero su sonrisa fué melancólica. No; la bestia no muere. Es la eterna compañera de los hombres. Se oculta, chorreando sangre, cuarenta años... sesenta... un siglo, pero reaparece.

Durante la enfermedad de su amiga, don Tomás Crespo, desconfiando del celo de Anselmo y de Servanda, y sin pedir permiso a nadie, se instaló en el caserón de los Ozores. Trasladó su lecho de la posada en que vivía desde el año sesenta, a los bajos del caserón. El tocador y la alcoba de Ana estaban encima del cuarto que escogió Frígilis.

Imposible saber los años que tenía: lo mismo podía ser un joven de treinta años envejecido que un anciano de sesenta remozado: el rostro bastante arrugado, pero ninguna cana en la barba ni en los cabellos, de suerte que a primera vista hacía el efecto de llevarlos teñidos; la voz tomada y el aspecto crapuloso.

Violante Martí, viuda de Onofre Cortés, de oficio botiguero; natural y vecina de esta Ciudad, de edad de sesenta y un años, reconciliada y presa segunda vez por judaizante relapsa: leída su sentencia con méritos, fue relajada a la Justicia y brazo seglar con confiscación de bienes, por hereje, apóstata, judaizante, relapsa, convicta y confesa.

Era don Recaredo hombre que pasaba ya de los sesenta; alto, musculoso, de rostro atezado, medio cubierto por una barba muy cerrada y fuerte, pero casi blanca, o más bien amarillenta; el pelo, que conservaba tan espeso como en su juventud, era mucho más blanco que la barba, así como las pestañas y las cejas.

La conozco, amigo Roger, y si como me figuro está ella pensando en como en ella, ni Enrique de Trastamara con sus sesenta mil soldados puede impedir que mi Constanza haga su voluntad y deje de amar á quien ame. Lo que me toca recordar aquí es que siempre he deseado para esposo de mi hija á un caballero valiente y cumplido.

También lo á él, Cabeza Negra, en medio del combate. Es un gigante con la fuerza de seis hombres y los crímenes de sesenta sobre la conciencia. Sólo á un bárbaro como él se le ocurriría entrar en combate con dos infelices colgados de las vergas de su buque. ¿Los véis? Así es en efecto, replicó el barón.

A la edad de sesenta y seis años se retiró del servicio, mas no por falta de bríos, sino porque ya se hallaba completamente desarbolado y fuera de combate.

Por momentos iba ensanchando su acción: cada mes conquistaba un mercado nuevo; todos los años su balance comercial aparecía aumentado en proporciones inauditas. Sesenta años antes tenía que tripular sus escasos buques con los cocheros de Berlín castigados por la policía.

Palabra del Dia

rigoleto

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