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Pero no debió ser grande el desahogo, porque la criatura tornó á llevar sus diminutas manos á la garganta, gritando con más ansiedad: Me apieta, mamá, me apieta. No es sierto exclama la institutriz; la servilleta está bien puesta. No sea usted mimosa, señorita, ó la enserraremos mientras se come.

Benigno, servilleta al hombro, se dirige hacia la puerta poniéndose los guantes blancos de algodoncillo. Don Quintín, de levita, prestada y archicumplida, entra escamado, receloso, pero sonriente y haciendo cortesías.

Ahora no es como en el 70 decía, blandiendo el tenedor ó agitando la servilleta. . Los vamos á llevar á patadas al otro lado del Rhin. ¡A patadas!... ¡eso es! Chichí asentía con entusiasmo, mientras doña Elena elevaba sus ojos como si protestase silenciosamente ante alguien que estaba oculto en el techo, poniéndolo por testigo de tantos errores y blasfemias.

Segun la expresion general, parecia una taza de plata. No bien nos habiamos sentado en el ángulo de la izquierda, cerca de un espejo donde nos reflejábamos con platos, cubiertos y mesa, cuando nos vimos rodeados de tres mozos. Todos tres iban vestidos de negro, frac, corbata blanca, cabeza perfumada, y una servilleta en la mano.

El capellán bajaba la vista según costumbre, y fingía doblar la servilleta; mas de improviso, sintiendo uno de aquellos chispazos de cólera repentina y momentánea que no era dueño de refrenar, tosió, miró en derredor, y soltó unas cuantas asperezas y severidades que hicieron enmudecer a la asamblea.

Estaban los dos sentados junto a un velador cubierto con fina y blanca servilleta; cenaban con sendas medias botellas de Burdeos al lado, y llegaban al momento necesario de la expansión y las confidencias; Mesía melancólico, pasando a tragos la nostalgia de lo infinito, que también tienen los descreídos a su modo, inclinaba mustia la gallarda y fina cabeza de un rubio pálido, y parecía un poco más viejo que de ordinario.

; y además a procurar que se vean ustedes. Don Juan, fingiendo no haber oído, siguió: Si no está casada... aceptará, y si lo está, saldremos de dudas. Don Quintín, puesta de babero la servilleta y empuñando una pata de pollo frío, se balanceó en la silla, riendo como un sátiro viejo.

El P. Irene buscaba al bromista y vió al P. Salví, que estaba sentado á la derecha de la condesa, ponerse pálido como su servilleta mientras con los ojos desencajados contemplaba las misteriosas palabras. ¡La escena de la esfinge se le presentó en la memoria! ¿Qué hay, P. Salví? preguntó; ¿está usted reconociendo la firma de su amigo?

La Regenta se inclinó un instante para recoger una servilleta del suelo, y don Víctor hizo a Mesía una seña que quería decir claramente: Me estorba esa; si se fuera... hablaríamos. Mesía encogió los hombros. Cuando Ana levantó la cabeza sonriendo a don Álvaro, este, sin verlo Quintanar, apuntó a la puerta sin mover más que los ojos.

Tía y sobrino bajaron la escalerilla, encontrando en el patio a Pampa, que pasaba con la sopera humeante en las manos; ya don Pablo Aquiles se había sentado a la cabecera de la mesa y desdoblaba con calma la servilleta. ¿Qué es esto, caballerito? ¡cómo se hace usted esperar!