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Todo el mundo les dejaba alborotar; era el momento de la desbandada; se habían pronunciado brindis y contado anécdotas con mayor o menor donaire; pero ya nadie tenía ánimos para sostener la conversación, y el Sobrado tío, que era grueso y abotargado, se abanicaba con la servilleta. Levantó la sesión el ama de casa, doña Dolores, diciendo que el café estaba prevenido en la sala de recibir.

El helado se sirve sobre una servilleta plegada, o en una huevera especial, de cristal, sobre una fuente; el criado corta un trozo con un cucharón de plata y lo sirve; ahora para comer el helado se usan unas palitas muy lisas, en sustitución a las antiguas cucharillas.

Está bien; ¡ya no saldría Pampa! Entró en el comedor, sin chistar, y puso la mesa con el orden y simetría de siempre: en la cabecera, el cubierto de don Pablo Aquiles; en el lado de la derecha, el de misia Casilda, y a la izquierda, el del niño; luego, los vasos, el pan, la servilleta... nada olvidaba, y si, por acaso, cometía una torpeza, allí estaba la muñeca de porcelana, vigilante en el sofá.

Por la seca hierba andaban esparcidos tapones de botellas, papeles engrasados, espinas de merluza, cascos de vaso roto, un pañuelo de seda, una servilleta gorda.

Está bien, señor se oyó a la distancia bajo la lluvia y momentos después los dos mercachifles cargados con un enorme peso que aquélla aumentaba, salían chapaleando barro, conducidos por Hipólito a caballo, mientras Melchor desdoblaba la servilleta que se ponía en las faldas, y tomaba un plato de suculenta sopa de arroz con ajíes de la huerta...

Por ... murmuró Amparo. Ana se acercaba también, trayendo una servilleta anudada, que desató y tendió sobre el brocal del pozo. Reducíase la merienda a unos pastelillos de dulce y una botella de moscatel, regalo de Baltasar.

Se sirve en una fuente con una servilleta, intercalando como adorno ramitas de perejil o berro; este frito es exquisito poniendo en vez de trocitos de sesos un trocito de pechuga de gallina o de pollo.

El P. Salví no contestó; hizo ademan de hablar y sin apercibirse de lo que hacía, se pasó por la frente la servilleta. ¿Qué le pasa á V. R.? ¡Es su misma escritura! contestó en voz baja, apenas inteligible; ¡es la misma escritura de Ibarra! Y recostándose contra el respaldo de su silla, dejó caer los brazos como si le faltasen las fuerzas.

Al prorrumpir en estas exclamaciones, dichas a gritos, Melchor se había levantado de la mesa en que almorzaban arrojando violentamente la servilleta que al dar contra una copa la volteó y dirigiose a las piezas interiores en una de las que entró dando un formidable portazo. Debemos irnos ahora mismo, Lorenzo.