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Las paredes, las pintan: los techos, que son de madera, los tallan con mucha labor, como las paredes de afuera: por todos los rincones hay vasos de porcelana, y los grifos de bronce con las alas abiertas, y pantallas de seda bordada, con marcos de bambú.

Una de ellas tenía en la mano un libro de horas, otra cosía, la tercera bordaba con hilo de plata un pequeño roponcillo de seda, que sin duda se destinaba á abrigar las carnes de algún santo de palo. Las tres, colocadas con simetría, silenciosas y tranquilamente ensimismadas en su oración ó su trabajo, ofrecían un cuadro sombrío, glacial, lúgubre.

Le veía igual en todo tiempo, con su levita forrada de seda roja, que parecía siempre la misma y era renovada, sin embargo, cada seis meses. Las estaciones no traían otra mudanza que el convertir el invernal chaleco de terciopelo en otro de seda bordada. Cifraba su principal orgullo en la ropa blanca y en los libros.

En el lado opuesto la Lonja de la Seda, acariciada por el sol de invierno y luciendo sobre el fondo azul del cielo todas las esplendideces de su fachada ojival.

Más lejos, el portante ágil y jacarandoso del campesino andaluz. ¡Por todos los santos de Aragón! ¡qué hermoso está con su amante a la grupa y su airoso traje obscuro bordado en seda negra y encarnada! ¡Y esos millares de botoncitos de oro que serpentean a lo largo del muslo y van a detenerse por encima de sus polainas de piel de camello! ¡Con qué vigor su pie se apoya en el amplio estribo morisco!

Lo enrollé alrededor del dedo herido; las señoras sujetáronlo con una hebra de seda, y sostenido de este modo por la cartulina, ya no era de temer que el dedo se doblara y la herida volviera a abrirse. Terminó, al fin, la cura, entre los gritos alborozados y los aplausos de todos los circunstantes, que me felicitaron por mis conocimientos quirúrgicos.

Mariano meditó un instante. Después dijo con resolución: «La de tener mucho dinero. ¿Y para qué quieres el dinero? Toma..., mia ésta... Pues para ser rico. Pero es preciso que seas algo. Rico... ¿Y en qué gastarías el dinero? En comer lomo, granadas, turrón y en beber buen vino. Tendré un caballo y me vestiré todo de seda. ¿No te gustaría militar y llegar a general?

¡Y qué bien me parecían los amigos de mi tía cada uno en su género! Aquel señor de Tintellier y aquella señora de Rech, empaquetada en su traje de seda granate, y su hermana Malvina, tan sentimental, de cuyos largos «arrepentimientos» se burlaba usted, señor cura, con un poco de malicia, que también me gustaba.

En el portal en que en otros tiempos se sentaba á tejer sus redes un pescador, alisaba el mango de su azadón un fornido vizcaíno; en el balcón en que antes vi á la familia de un pobre labrador desgranar las panojas de la última cosecha, fumaba en larga pipa un belga, calzado con altas botas de cuero; y en lugar del cobertor tradicional y las madejas de estopa, colgaban de la soga de la solana las bridas de un caballo y ancho gabán impermeable; á la puerta de una taberna estropeaba el castellano el tabernero para convencer á un alemán «cerrado», de que lo que le había vendido por gin no era, como parecía, rescoldo; en la plaza, donde paró el carruaje, circulaban entre la boina de los vascos y el gorro verde y colorado de los marineros de la población, la leve pamela de la Fuente Castellana, y entre la camiseta de bayeta verde y la blusa azul de los obreros, el brillante gabán de seda sobre el esbelto talle de las hijas del Manzanares y del Sena.

Empezó por enamorarse de todas las hembras que veia, porque todas le parecían señoritas de rango, supuesto que usaban gorras de terciopelo, trajes de seda y elegante calzado, atavíos que en Hispano-Colombia corresponden solo á las damas de buena sociedad.