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Actualizado: 1 de mayo de 2025
¿Y ese pueblo de hombres trotones es el que levantó las pagodas de tres pisos, con lagos en los patios, y casas para cada dios, y calles de estatuas; el que fabricó leones de porcelana y gigantes de bronce; el que tejió la seda con tanto color que centellea al sol, como una capa de brillantes?
La seda es cosechada en las llanuras del Ródano, el Saona, etc., por pequeños propietarios independientes, recogida despues y preparada para los tejidos por grandes especuladores y en fábricas considerables, y luego distribuida por los empresarios de tejidos, á los tejedores.
No ignoraba primor alguno de los concernientes a su profesión; barquillos anchos y finos como seda para rellenar de huevos hilados, barquillos recios y estrechos para el agua de limón y el sorbete, hostias para las confiterías y no las hacía para las iglesias por falta de molde que tuviese una cruz , flores, hojuelas y orejas de fraile en Carnaval, buñuelos en todo tiempo.... Pero nunca lo tenía de lucir estas habilidades accesorias, porque los barquillos de diario eran absorbentes. ¡Bah!, en consiguiendo vivir y mantener la familia....
Carmelita traía un vestido de alepín de seda negra que sólo salía a relucir en las grandes ocasiones, al paso que Nuncita, por contar menos años y respetabilidad, podía lucir un traje claro con flores bordadas, como sólo se ven en los retratos del siglo pasado.
En el corral sólo se veían hombres vestidos de seda y bordados, jinetes amarillos con grandes castoreños, alguaciles a caballo, y los mozos de servicio con sus trajes de oro y azul.
Le pusieron entre las manos su biberón para que no alborotase, y cubriéronle con un pañuelo finísimo de seda. Estupiñá no entendía una palabra, ni veía la relación que la pluma y papel pudieran tener con lo que veía. «Don Plácido dijo Fortunata con mucha animación ; hágame el favor de escribir... Aquí no hay mesa. Chiquilla, tráele el tablero de las damas.
La ciudad les sirvió con su esplendidez acostumbrada, dando al rey mil doblas de oro castellanas y á la reina mil maravedises y 5000 á los servidores, además gastó considerables sumas en paños de brocado regalados á los reyes, en la pintura de las antorchas, en las justas y en la seda conque se premió al mejor justador, con otros muchos dispendios.
Y comenzaba el desuello. Viene después el tercer período, que dura cuatro años, y termina en «el vestido de seda», que dió casi tanto que murmurar como los guantes, y produjo general indignación en Sarrió. Diga usted, doña Dolores, ¿qué nos queda ya que ver? Doña Dolores bajaba los ojos haciendo un gesto de resignación.
Está llena de sedas con recamos de flores y pájaros, llena de palanquines y colmillos de elefante, esa casa de dos techos de Siam, el pueblo de la ceremonia y del arroz. ¿Y a China quién no la conoce, con su pabellón de tres torres, donde no caben las cortinas con árboles y demonios de oro, ni las cajas de marfil con dibujos de relieve, ni el tapiz donde están, con los siete colores de la luz, los pájaros que van de corte por el aire, cuando llega el mes de mayo, a saludar al rey y la reina, que son dos ruiseñores que fueron al cielo a ver quién se sienta en las nubes, y se trajeron un nido de rayos de sol? ¡Oh, cuánto hay que ver! ¿Y el palacio hindú, de rojo oscuro con los ornamentos blancos, como los bordados de trencilla en un vestido de mujer, y tan tallado todo, las ventanas menudas y la torre, como la fuente de mármol, las columnas de pórfido, los leones de bronce que adornan la sala, colgada de tapicerías? ¿Y el Japón, que es como la China, con más gracia y delicadeza, y unos jardineros viejos que quieren mucho a los niños? ¿Y Grecia, esa de la puerta baja con un muro a cada lado, con la historia de antes en uno, antes de que los romanos la vencieran cuando fue viciosa, y la vida del trabajo de hoy, en antigüedades, en mármoles rojos, en sedas finas, en vinos olorosos, desde que resucitó con la vuelta a la libertad, y tiene ciudades como Pireo, Siracusa, Corfú y Patras, que valen ya por lo trabajadoras tanto como las cuatro famosas de la Grecia vieja: Atenas, Esparta, Tebas y Corinto? ¿Y Persia, con su entrada religiosa de mezquita, de techo de azul vivo, y adentro, entre colgaduras verdes y amarillas, las cazoletas cinceladas de quemar los olores, los chales de seda que caben por una sortija, los alfanjes de puño enjoyado que cortan el hierro, las violetas azucaradas y las conservas de hojas de rosa? ¿Y el bazar de los marroquíes, con su arquería blanca que reluce al sol, y sus moros de turbante y babucha, bruñendo cuchillos, tiñendo el cuero blando, trenzando la paja, labrando a martillazos el cobre, bordando de hilo de oro el terciopelo? ¿Y la calle del Cairo, que es una calle egipcia como en Egipto, unos comprando albornoces, otros tejiendo la lana en el telar, unos pregonando sus confites, y otros trabajando de joyeros, de torneros, de alfareros, de jugueteros, y por todas partes, alquilando el pollino, los burreros burlones, y allá arriba, envuelta en velos, la mora hermosa, que mira desde su balcón de persianas caladas?
Las damas le miraban atónitas y él sonreía picaresco; levantó al fin la tapa con mucho misterio, y entre perfumados papeles de seda apareció la babucha. Mientras tanto, Jacobo, sin salir de su aposento del Gran Hôtel, daba vueltas a su proyecto.
Palabra del Dia
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