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Actualizado: 20 de octubre de 2025


Adoraba a su hijo, vivía temblando de que le pasara algo, pero, a pesar de todo, había querido que fuera militar. Al decidir la aventura que terminó con la detención de la diligencia y al oir las observaciones de su hija al malhadado proyecto, había contestado: Los carlistas son españoles y caballeros y no pueden hacer daño a unas señoras.

Eralo la madre Misericordia, abadesa de las Descalzas Reales de la villa y corte de Madrid. Primero, porque su convento era el más aristocrático. Había sido fundado en 1550 por la señora infanta de Portugal, doña Juana. Le protegían directamente sus majestades. Le visitaban mucho é iban con suma frecuencia á comer en él conservas. Las monjas eran todas señoras pertenecientes á la alta nobleza.

En suma, para qué cansarte: las angustias y los apuros de las señoras de Pinto fueron inefables e innumerables durante cerca de dos meses que permanecieron sus parientes en la capital de Francia. Por dicha se marearon estos de oír tanto ruido como hay en estas calles de París, de estropear la lengua de Voltaire y de que nadie les hiciera caso sino los que les sacaban el dinero.

Asperges... Asperges... y dio hisopazos a derecha e izquierda. Después, recogiéndose la capa y sonriendo a las señoras, con la satisfacción del que da por terminado su trabajo, se dirigió a la capilla seguido por el sacristán, portador otra vez del hisopo y el caldero. ¿Esto sa acabao? preguntó flemáticamente al capataz, un viñador viejo, de rostro grave. : sa acabao.

Cuando la volvieron a Madrid, viva y sana por un milagro de Dios, alborotó la casa a berridos. Y no podía suceder otra cosa delante de aquellos espejos relucientes, entre aquellas colgaduras ostentosas, lacayos de luengos levitones y señoras muy emperejiladas, con lo arisca y cerril que ella iba de la aldea.

En la comparsa de las señoras había una chica poseedora de bien timbrada voz y de muchísimo donaire para las coplas propias de la ciudad, tan distintas de las rurales, que al paso que en éstas las vocales se alargan como un gemido, en las otras se pronuncian brevemente, produciendo al final de algunos versos una inflexión burlesca: En el medio de la mar Suspiraba una ballenaú Y entre suspiros deciaú Muchachas de Cartagenaú.

Eran señoras que no habían querido vestirse para la fiesta; doncellas de servicio de las pasajeras ricas, simples criadas de a bordo que aprovechaban la ausencia del mayordomo para echar un vistazo. Ojeda vio despegarse de este grupo y atravesar el jardín de invierno, saliendo a la cubierta, una mujer vestida de obscuro, sencillamente. «¡Ah, señora Eichelberger!...»

Las labores de bordado de las Filomenas, las planas de las Josefinas y otros primores de ambas estaban expuestos en una sala, y todo era plácemes y felicitaciones. Las señoras entraban y salían, dejando en el ambiente de la casa un perfume mundano que algunas narices de reclusas aspiraban con avidez.

Y yo, desde lejos, notaba el estremecimiento que aquella mirada clara producía en mi amigo, y le envidiaba. La tertulia se deshizo tarde. Algunos criados entraron a buscar a sus señoras y aguardaron largo rato allá dentro, en la cocina. A las doce y media vino el conde viudo del Padul a recoger a su hija, y ésta fue la señal del desfile.

Las doncellas cobrizas habían seguido en ferrocarril la fuga de las señoras. Al principio se sintió desorientado en esta soledad; le causaron extrañeza las comidas en el restorán, las noches pasadas en unas habitaciones desiertas y enormes que guardaban aún las huellas de su familia. Los otros pisos de la casa estaban igualmente vacíos.

Palabra del Dia

crocus

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