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Actualizado: 20 de octubre de 2025


La desolación que causó a las dignas señoras de Porreño aquel suceso, no se expresa con las frías palabras de la historia.

¿Ves esa farolona? dijo Guillermina a su amiga , es una de las hijas de Ido... Esa, esa que está dando brincos como un saltamontes... ¡Eh!, chiquilla... No oyen... venid acá. Todos los chicos, varones y hembras, se pusieron a mirar a las dos señoras, y callaban entre burlones y respetuosos, sin atreverse a acercarse.

Hablador incansable, tenía siempre en sus labios historias inverosímiles que contarnos sobre sus aventuras en las cortes de Europa, en las que figuraban grandes señoras a quienes enseñó su arte.

En seguida convinieron en preguntarle si pensaba en casarse. ¿Eeeeh? No dijo resueltamente. ¡Bravo!, ¡bravo! gritaron los hombres. ¡Qué hombre tan empedernido! chillaron las mujeres. Uno de los pollos propuso que se le preguntase si continuaba con la misma afición a las criadas. Las señoras quisieron oponerse, pero no hubo remedio. ¿Eeeeh? . Gran algazara en el grupo.

Y has también de advertir, Sancho, que no se contentaron estos traidores de haber vuelto y transformado a mi Dulcinea, sino que la transformaron y volvieron en una figura tan baja y tan fea como la de aquella aldeana, y juntamente le quitaron lo que es tan suyo de las principales señoras, que es el buen olor, por andar siempre entre ámbares y entre flores.

Cesó de hablar Ojeda, sonriendo como si le regocijasen interiormente sus recuerdos, y luego continuó: Las señoras que por curiosidad llenan los palcos, desaparecen a la tercera conferencia, y hacen bien, porque se aburren a morir.

Era el único de entre los huéspedes del castillo que la tratase de igual a igual; todos los demás, con especial las señoras, tomaban ejemplo de la baronesa, para afectar con la pobre Beatriz aires de fina superioridad o de desdeñosa protección.

A la reunión de las señoras habían de asistir como directores é inspiradores el Padre Paulí, un jesuíta batallador, que estaba de moda en el púlpito y el confesonario, y Fermín Urquiola, que era su hombre de acción, «mi brazo derecho», según decía aquel tribuno de la Compañía.

Estas señoras y caballeros parecían estar de muy buen humor, tanto, que la exuberancia de sus demostraciones levantaron en la sala algunos murmullos de descontento.

Vamos, ya conocerá usted á alguna otra persona dijo el cura parándose y fijando en el semblante de Clara sus picarescos ojuelos. ¿De dónde viene usted ahora? De casa de unas señoras, donde estaba. ¿Y allí no conoció usted más que á esas señoras? No, señor dijo Clara asustada del giro que tomaban las preguntas del clérigo.

Palabra del Dia

crocus

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