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Actualizado: 20 de octubre de 2025
Ese hombre, yo no lo conozco ... Un día entró en casa ... me dijo.... No me hables, no me mires ... Todo lo he sabido. ¿Por qué mi tío te puso en esta casa? ¿Qué hiciste allá? ¿Por qué estas señoras te tienen encerrada y sin ver á nadie? ¿Qué has hecho? No te puedes disculpar, no. Soy un necio si hago caso de las disculpas que me vas á dar.
Cinco minutos harían que Paulina dirigía al cura señas desesperadas; que éste se obstinaba en no comprender, tanto, que la pobre mujer, reuniendo todo su valor, dijo al fin: Señor cura, son las siete y cuarto. ¡Las siete y cuarto! ¡Oh! señoras, dispensadme, pero esta tarde tengo que rezar el oficio del mes de María. ¿El mes de María va a principiar en seguida? Sí, en seguida.
La misa terminó, algunas señoras se pararon, persignándose; en seguida, con un sofocado rumoreo, todo el elegante gentío se levantó también, y lentamente, formando hilera, comenzó a salir. Los bancos quedaron vacíos. Apagados los cirios, una penumbra en el silencio fue amortiguando el brillo de los altares, y las estatuas vestidas de los santos se anegaban de sombra en sus nichos.
Salga usted al momento de nuestra casa. Pero, señoras continuó Clara, ¿adonde voy? Sola, de noche ... yo tengo miedo ... yo tengo mucho miedo ... yo no conozco á nadie.... ¿Que no conoce á nadie? ¿Y tiene valor para decir...? exclamó Salomé, apartando el rostro y persignándose con sus afilados dedos. ¿Pues y el caballero joven, alto, buen mozo?
Ya Salomé se había acercado á la cómoda donde Clara guardaba su escaso ajuar, y recogía todo formando un lío. No tengas cuidado, Paz decía entre tanto; yo estoy registrando su ropa, no sea que se lleve alguna cosa. No se lleva nada. ¡Señoras de mi alma! dijo Clara en el colmo de la desesperación.
Mi abuelita, que vende hortalizas todas las mañanas en la rue Lepic. Yo estoy orgullosa de mis ascendientes, lo mismo que un nieto de los Cruzados. Risa general de las señoras, que poco á poco olvidaron á la vieja.
Todos los pañuelos de mano de las señoras se pusieron a disposición del herido; todos los neceseres se abrieron. Buscose tafetán inglés, que fue cortado acto continuo, y veinte manecitas tan blancas como bien formadas se ofrecieron a aplicarlo sobre la herida. Todos reían, y la cura adelantaba poco: la operación era difícil.
Estas dos señoras son la esposa y la hija, respectivamente, de don Simón; dícelas éste «adiós» desde la puerta, si están solas, o saluda cumplidamente a las personas que las acompañan, y sale en busca de sus amigos para dar el acostumbrado paseo.
Yo no sirvo para esto. No sé en qué estaba pensando mi hermana cuando se le ocurrió que yo podía meterme a comerciante... Para que usted se haga cargo... desde que estoy en esto, no he hecho más que perder dinero: pocos pagan, y yo no tengo genio para importunar... Así, cuanto más pronto salga de estos pingajos, mejor. Muchas señoras han venido, y se van llevando lo poco que me queda».
¿El alba, sin que Petrona Revolorio estuviese a la puerta del cuarto de la niña Ana con su cesta de flores, que ella misma quería ponerle en el vaso y ver con sus propios ojos, cómo seguía la niña? «¡Mi niñita: mírenla que galana está hoy!; se lo voy a decir al niño Pedro que nos dé un baile de convite a las señoras, y vamos a sacarla a bailar con el niño Pedro. ¡Y él sí que es galán también, el niño Pedro!
Palabra del Dia
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