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Actualizado: 21 de junio de 2025
Pero había que aceptar ese riesgo, con todo lo que para nosotros significaba, porque tanto Sarto como yo reconocíamos que la situación era ya insostenible. Una ventaja militaba a mi favor; la de que Miguel el Negro no podía creer que yo abrigase favorables designios respecto del Rey. El veía y apreciaba la oportunidad que se me ofrecía, como la veía yo, como la había visto Sarto.
Al desmontar vi confusamente cuanto me rodeaba; el General, Sarto y la multitud de sacerdotes y religiosos que a la puerta esperaban. Y con igual vaguedad se me aparecían todos los objetos al recorrer la gran nave central, mientras el órgano dejaba oír sus notas majestuosas.
Si hubiera sabido hasta qué punto podía leerse mi genealogía en mi aspecto, lo hubiera pensado mucho antes de visitar a Ruritania. Pero a lo hecho pecho. En aquel momento se oyó una voz imperiosa entre los árboles: ¡Federico! ¿Dónde te has metido, hombre? Tarlein se sobresaltó y dijo apresuradamente: ¡El Rey! El viejo Sarto se limitó a reírse con sorna.
Es una posibilidad contra una certeza dijo Sarto. Si se afeita usted apuesto a que nadie duda que sea el Rey. ¿Tiene usted miedo? ¡Señor mío! ¡Vamos, joven, calma! Ya sabemos que si lo descubren le cuesta a usted la vida, y también a mí y a Federico. Pero si se niega usted, le juro que Miguel el Negro se sentará en el trono antes de que acabe el día y el Rey yacerá en una prisión o en su tumba.
Que será matar al Rey dijo Tarlein. Se guardará bien de hacerlo repuso Sarto. Tres de los seis están en Estrelsau continuó Tarlein. ¿Tres no más? ¿Está usted seguro? preguntó el veterano coronel con vivo interés. Segurísimo. La mitad de la cuadrilla. ¡Pues entonces el Rey vive, porque los otros tres están vigilándolo en su prisión! exclamó Sarto. ¡Verdad es! dijo Tarlein.
A las nueve y media vi por la ventanilla las torres y los edificios más elevados de una gran ciudad. Vuestra capital, señor dijo Sarto con cómica reverencia, e inclinándose me tomó el pulso. Algo agitado continuó con su eterno tono gruñón. ¡Como que no soy de piedra! exclamé. Pero servirá usted para el caso dijo satisfecho.
Pero no deja de ser arriesgado. No me voy sin darles una lección insistí. Sarto vaciló. Pues bien dijo, no es lo más acertado, pero se ha conducido usted bien y hay que complacerle. Después de todo, si caemos nos habremos ahorrado una porción de disgustos y cavilaciones. Yo le diré a usted cómo sorprenderlos.
Dirigí una rápida mirada a Sarto, que se sonreía socarronamente, y resuelto a cumplir mi deber hasta el fin, en la posición que me había deparado la suerte, abracé a mi muy amado Miguel y le di un beso fraternal. No dudo que uno y otro nos alegramos de ver terminada aquella comedia.
También me enrollé a la cintura una cuerda delgada y sólida y no olvidé la escala. Salí después de Sarto y tomé el camino más corto de la izquierda, que a las doce y media me llevó al lindero del bosque.
Parece que un joven compatriota del señor Embajador, miembro de distinguida familia, ha desaparecido. Ni amigos ni parientes han tenido la menor noticia suya desde hace dos meses, y hay motivos para creer que ha estado en Zenda. Flavia dedicaba escasa atención a las palabras del prefecto. Por mi parte no me atrevía a mirar a Sarto. ¿Qué motivos son esos?
Palabra del Dia
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