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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Y yo soy Federico de Tarlein; ambos al servicio del rey de Ruritania. Me incliné y dije descubriéndome: Mi nombre es Rodolfo Raséndil y soy un viajero inglés. También he sido por dos años oficial del ejército de Su Majestad la Reina. Pues en tal caso somos hermanos de armas repuso Tarlein tendiéndome la mano, que estreché gustoso. ¡Raséndil, Raséndil! murmuró el coronel Sarto.
Porque era el cuerpo del pobre José, muerto en defensa del Rey. Sentí que una mano se posaba sobre mi hombro y volviéndome vi los ojos brillantes y espantados de Sarto. ¡El Rey, Dios mío, Rey! articuló sordamente. Dirigí la luz de la vela a todos los rincones del sótano. El Rey no está aquí dije.
Detrás de mi sillón se hallaba el coronel Sarto, y al otro extremo de la mesa vi a Federico de Tarlein, quien, por cierto, apuró su primera copa de champaña algo antes de lo que en rigor se lo permitía la etiqueta. No pude menos de preguntarme qué estaría haciendo en aquel momento el rey de Ruritania. Nos hallábamos en el gabinete del Rey, Federico de Tarlein, Sarto y yo.
Me juró que nada había oído contestó el coronel; pero para mayor seguridad la até de manos y pies, la amordacé de firme y la tengo bajo llave en la carbonera, pared por medio del sótano donde duerme el Rey. José cuidará de ambos más tarde. No pude reprimir la risa y el mismo Sarto me imitó.
Quiero ir absolutamente solo, para demostrar a mi pueblo que tengo confianza en él. Sarto extendió una mano hacia mí, y el General pareció vacilar. ¿No han sido comprendidas mis órdenes? pregunté; y el General, mordiéndose otra vez el bigote, dio las órdenes necesarias. Vi que Sarto se sonreía ligeramente, pero también me hizo con la cabeza una señal negativa.
Desde el siguiente día comenzó Sarto a instruirme en mis regios deberes, a explicarme lo que tenía que saber y hacer, y la primera lección duró tres horas. Almorcé apresuradamente, con Sarto siempre frente a mí, diciéndome que el Rey bebía vino blanco en el almuerzo y que detestaba los platos picantes.
Porque la verdad es que no puedo denunciar a Miguel sin denunciarme a mí mismo... Y al Rey interrumpió Sarto. Y lo propio le sucede a Miguel, que no puede decir palabra contra mí sin acusarse gravemente. Situación llena de interés comentó el viejo Sarto. Si me descubren proseguí, lo confesaré todo y me veré cara a cara con el Duque; pero por ahora no hago más que esperar su próxima jugada.
Pero usted, Tarlein, ¿cree usted que el Duque no tiene ya elegido candidato al trono, el candidato de la mitad de los habitantes de Estrelsau? Tan cierto como hay Dios, Rodolfo pierde la corona si no se presenta hoy en la capital. Cuidado que yo conozco a Miguel el Negro. ¿No podríamos llevarlo nosotros mismos a la ciudad? pregunté. Bonita figura haría dijo Sarto con profundo desprecio.
Me despertó repentinamente una sensación de frío; el agua chorreaba de mi cabeza, cara y traje, y frente a mí divisé al viejo Sarto, con su burlona sonrisa y con un cubo vacío en la mano. Sentado a la mesa, Federico de Tarlein, pálido y desencajado como un muerto. Me puse en pie de un salto, y exclamé encolerizado: ¡Esto pasa de broma, señor mío! ¡Bah! No tenemos tiempo de disputar.
Tarlein apenas habló y cabalgaba como si estuviera dormido; pero Sarto, sin dedicar una sola palabra más al Rey, empezó a instruirme desde luego en mil cosas que necesitaba saber, a enseñarme minuciosamente todo lo relativo a mi vida pasada, a mi familia, mis gustos, ocupaciones, defectos, amigos y servidores.
Palabra del Dia
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