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Actualizado: 21 de junio de 2025
En cambio este Federico de mis pecados parece sufrir un ataque de tercianas. ¡Saca el frasco, muchacho, y toma un trago! Tarlein lo hizo como se lo decían. Llegamos con una hora de anticipación observó Sarto. En cuanto echemos pie a tierra enviaremos aviso de la llegada de Vuestra Majestad, porque lo que es ahora no habrá nadie esperándonos. Y entretanto...
Muertes que por cierto parecían muy próximas, que ocurrirían probablemente antes de que Sarto y los suyos llegasen a Tarlein. ¿No lo anunciaba así la risa triunfante de Ruperto? Permanecí algunos instantes anonadado, apoyándome contra la puerta.
Si antes no descubren la substitución indiqué. ¡Y si la descubren, yo me encargo de mandar a Miguel el Negro a los profundos infiernos antes de que me toque el turno, como hay Dios! exclamó Sarto. Siéntese usted en esa silla, joven.
Todas mis promesas no podrían salvarte la vida si alguien llegase a saber que el Rey está en el castillo. ¡Yo mismo te mataría como un perro si la verdad se sospechase siquiera en esta casa! Cuando hubo salido miré a Sarto. ¡Difícil empresa, amigo! le dije.
Cierto es que si me hubieran asesinado aquel día en las calles de Estrelsau, el bueno de Sarto se hubiera visto en apurado trance. No estará de más decir aquí que yo llevaba puesto un uniforme blanco y cruzada al pecho la ancha banda de la rosa; el casco era de plata con adornos de oro, y las altas botas de montar completaban mi atavío.
Pero no tardó en exclamar Federico: «¡La puerta está abierta! ¡Y hay luz en la celda!» Bajaron resueltamente y en la primera celda sólo hallaron el cadáver de Bersonín, lo que les impulsó a dar gracias a Dios, exclamando Sarto: «¡No hay duda! ¡Raséndil ha pasado por aquí!»
Por fin me separé de ella. Dirigí mis rápidos pasos al puente, donde me esperaban Sarto y Federico. A indicación suya, cambié de traje, y ocultando el rostro como lo había hecho antes varias veces, montamos a caballo a la puerta del castillo y cabalgamos todo el resto de la noche. Al amanecer nos hallamos en una pequeña estación inmediata a la frontera.
El coronel y yo me explicó, saldremos de aquí a las seis de la mañana para ir a caballo a Zenda, regresaremos con la guardia de honor a las ocho, y entonces cabalgaremos todos juntos hasta la estación. ¡El diablo cargue con la tal guardia de honor! gruñó Sarto. No, ha sido una atención muy delicada de mi hermano el pedir esa distinción para su regimiento dijo el Rey. ¡Ea, primo!
¡Tarlein! exclamó, daría mil escudos por contemplar mañana la cara de mi hermano Miguel cuando vea que somos dos. ¡Un par de Reyes, nada menos! Y sus alegres carcajadas resonaron de nuevo. Hablando seriamente dijo Tarlein, dudo que sea muy acertada la visita del señor Raséndil a Estrelsau en estos momentos. El Rey encendió un cigarrillo. ¿Y bien, Sarto? preguntó. No debe de ir gruñó el veterano.
Sarto dije a mi vez, mi salida de esta noche tenía objeto importante, como lo verá usted más adelante. Pero por lo pronto puedo asegurar una cosa. ¿Y es? Que creería corresponder muy mal a los grandes honores de que me ha colmado Ruritania, si saliese del país dejando con vida a uno siquiera de los Seis. Y con la ayuda de Dios me propongo limpiar de ellos al país.
Palabra del Dia
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