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Actualizado: 21 de junio de 2025


Pero no pueden decir palabra! gritó Sarto con expresión de triunfo. Los tenemos en nuestro poder. ¿Cómo han de denunciarle a usted sin denunciarse a mismos? ¿Osarán decir al país: «Ese hombre es un impostor, porque al verdadero Rey lo tenemos nosotros prisionero y hemos asesinado a su servidor?» ¿Pueden hacer tal cosa? La situación se me apareció de repente con toda claridad.

Subimos por la avenida que conducía a la villa Tarlein y apenas pudo oírse desde ésta el paso de los caballos, salió Sarto apresuradamente a recibirnos. ¡Gracias a Dios que vuelve usted sano y salvo! exclamó. ¿No ha asomado ninguno de ellos por el camino? ¿De quiénes habla usted, coronel? pregunté, echando pie a tierra. Nos llevó a un lado, para que no lo oyesen los lacayos.

La columna mandada por Sarto salió de Tarlein a media noche y tomó por la derecha un camino poco frecuentado que no pasaba por el pueblo de Zenda.

Pues entonces dije con un ademán de despedida, ¡hasta nuestra próxima entrevista, que espero nos permitirá conocernos mejor! ¡Y para ello, ojalá que Vuestra Majestad nos proporcione pronta oportunidad! agregó Ruperto altaneramente; y al pasar junto a Sarto miró a éste con tal expresión de desprecio y burla que el veterano apretó los puños y sus ojos brillaron amenazadores.

Entregué la esquela a Sarto, en quien no hizo mella la súplica lastimera de la dama, limitándose a decir: Suya es la culpa. ¿Quién la llevó al castillo? Sin embargo, no considerándome yo enteramente irresponsable de lo ocurrido, resolví compadecerme de Antonieta de Maubán.

Tarlein ocultó el rostro entre las manos. La respiración del Rey se hizo más ruidosa y Sarto lo empujó con el pie. ¡Maldito borracho! murmuró. ¡Pero es un Elsberg, es el hijo de su padre, y el diablo me lleve si permito que Miguel el Negro usurpe su puesto!

Tarlein, vamos a dar una vuelta por los jardines. Sarto cedió inmediatamente. Bajo sus bruscas maneras se ocultaba prodigioso tacto y también, como lo fui reconociendo más y más cada día, un profundo conocimiento del corazón humano. ¿Por qué se mostró tan poco exigente conmigo respecto de la Princesa?

Además continué, si he consentido ser impostor en beneficio del Rey, jamás lo seré en provecho propio. Y si el Rey no se halla vivo y en su trono antes del día fijado para la celebración de los esponsales, confesaré y proclamaré la verdad, sean cualesquiera las consecuencia. Irá usted con nosotros al ataque del castillo dijo Sarto. He aquí mi plan.

Era él, en efecto, y no tardó en adelantarse al trote, ordenando al cortejo que se detuviera en el camino. Me saludó con profundo respeto, pero la triste expresión de su semblante desapareció en una sonrisa al ver que Sarto llevaba la mano al pecho. También me sonreí yo, adivinando tan bien como Ruperto lo que el veterano ocultaba en el bolsillo del pecho.

Contestará usted que sólo los Príncipes de la sangre tienen derecho a ello. Bueno se pondrá el Duque replicó Tarlein echándose a, reír. ¿Queda bien entendido? repitió Sarto. Si la puerta de la cámara real se abre durante nuestra ausencia, ha de ser después de muerto usted... No hay para qué recordármelo, coronel repuso Tarlein con altivez.

Palabra del Dia

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