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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Sarto siguió apuntándole, con expresión tan dolorida en el rostro que me costó trabajo no soltar la carcajada. Permanecimos allí diez minutos más. Ya lo ha oído usted dijo Sarto. Le han mandado a decir que «todo va bien.» ¿Y qué quieren decir con eso? pregunté. ¡Dios sabe! contestó Sarto frunciendo el ceño. Pero es innegable que el mensaje le ha hecho venir de Estrelsau en la mayor incertidumbre.

Después, haciendo el saludo militar, dijo: ¿Me sería permitido preguntarle a usted su nombre? Mi opinión, señores míos contesté sonriéndome, es que habiendo tomado ustedes la iniciativa en este encuentro, les toca también comenzar por decirme sus nombres. El joven se adelantó con faz risueña. El coronel Sarto dijo presentando a su compañero.

Toda la nación, puede decirse, está esperándolo allá en la capital con la mitad del ejército, y digo, con Miguel el Negro a la cabeza. ¿Mandaremos a decirles que el Rey está borracho? ¡Que está enfermo! ¿Enfermo? repitió Sarto con sarcasmo. Demasiado saben la enfermedad que le aqueja. No sería la primera vez. Digan lo que quieran repuso Tarlein con desaliento.

Veamos, coronel; es decir que el señor Raséndil me haría un servicio si... Eso, eso; Vuestra Majestad puede darle la forma más cortés y diplomática que juzgue conveniente dijo Sarto sacando del bolsillo una enorme pipa. ¡Basta, señor! exclamé dirigiéndome al Rey. Hoy mismo saldré de Ruritania. ¡Eso no! exclamó el Rey.

Y deseoso yo de tranquilizarlo, dije chanceándome: ¡Ah! Por lo visto la historia es tan bien conocida aquí como entre nosotros. ¡Conocida! exclamó Sarto. Y como siga usted algún tiempo en el país no habrá en toda Ruritania quien la dude. Empecé a sentirme algo inquieto.

Llegamos sin tropiezo a la cumbre y a la orilla del cenagoso foso. Sarto, sin perder momento, ató la cuerda al tronco de un árbol inmediato al foso.

¿Por qué este cambio, General? pregunté. Estrakenz se mordió el cano bigote. Es más prudente, señor murmuró. Inmediatamente detuve mi caballo. Sigan andando los que me preceden mandé, hasta llegar a cincuenta varas de ; y usted, General, y el coronel Sarto, esperarán aquí con el resto de la escolta hasta que yo también me haya adelantado otras cincuenta varas.

Sarto, al oírme, tomó y estrechó mi mano. A la mañana siguiente di algunas órdenes y me sentí más satisfecho que nunca. Había puesto manos a la obra, al trabajo, y éste, ya que no cura el amor, es por lo menos como un narcótico que nos permite olvidarlo temporalmente.

Entre los diferentes tesoros que había en el comedor, se ostentaba el cuadro de la Sagrada Familia, de Andrea del Sarto, el cual había costado a Blair dieciséis mil quinientas libras esterlinas en casa de Christie, y que era considerado como uno de los más bellos originales de ese gran maestro.

Porque la princesa Flavia así lo quiso. Y ahora, a caballo. ¿Está todo seguro aquí? Nada está seguro hoy, pero cuanto podemos hacer está hecho. En aquel momento se nos unió Tarlein, que vestía uniforme de capitán del mismo regimiento que yo, y a Sarto le bastaron cinco minutos para ponerse también su respectivo uniforme.

Palabra del Dia

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