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Actualizado: 21 de junio de 2025
Sarto refunfuñó algo, pero lo esperaba, y en definitiva dio su aprobación a mi plan, animándose a medida que se acercaba la hora de realizarlo. También Tarlein se manifestó dispuesto a todo, aunque por estar enamorado arriesgaba más que Sarto. ¡Cuánto lo envidiaba yo!
Cenará usted conmigo esta noche, suceda después lo que quiera, ¡Voto a! como dice Sarto; no se encuentra uno de manos a boca con un pariente todos los días. Nuestra cena de esta noche será sobria dijo Tarlein. No tal repuso el Rey, teniendo por convidado a nuestro primo. No por eso olvido que debemos partir mañana temprano, Tarlein.
Miré a Sarto. ¡Adelante! exclamó, y poniendo espuelas al caballo se lanzó al galope. Cuando volvimos a detenernos nada oímos, pero a poco se repitió el rumor. El coronel desmontó y aplicó el oído a tierra. Son dos dijo, y están a un cuarto de legua. Por fortuna el camino es tortuoso y la dirección del viento nos favorece.
La luna brillaba en toda su plenitud y el camino se destacaba como ancha franja blanca. Nuestras cabalgaduras no habían dejado el menor rastro sobre la tierra endurecida. ¡Ahí están! murmuró Sarto. ¡Es el Duque! Me lo figuraba contestó.
Tampoco lo olvido yo dijo el coronel fumando gravemente, pero siempre habrá tiempo de pensar en ello mañana. ¡Ah, viejo Sarto! exclamó el Rey. ¡Bien dicho! Cada cosa a su tiempo. Andando, señor Raséndil. Y a propósito, ¿qué nombre le han puesto a usted? El mismo de Vuestra Majestad contesté inclinándome. ¡Bravo! Eso prueba que no se avergüenzan de nosotros repuso riéndose. ¡Vamos, primo Rodolfo.
El rey Rodolfo cualesquiera que fuesen sus faltas, sabía hacerse amar de sus subditos. Por breves instantes no me atreví a hablar ni disipar la ilusión del pobre joven. Pero el viejo Sarto no era de los que se conmovían y dando palmadas exclamó: ¡Bravo, joven! ¡Cuando digo yo que todo marchará a pedir de boca! Tarlein nos miró atónito y yo le tendí la mano. ¡Estáis herido, señor! exclamó.
Quizás volvió a decir Sarto. ¡Vamos a Estrelsau! Mire usted que si seguimos aquí nos van a coger como en una ratonera. ¡Sarto! exclamé. ¡voy a intentarlo! ¡Bien, joven, bien! Ahora sólo falta que nos hayan dejado los caballos que tenía aquí de repuesto. Voy a ver. Pero tenemos que dar sepultura a ese infeliz dije. No hay tiempo para eso. Pues he de hacerlo. ¡El demonio me lleve! gruñó.
José puso apresuradamente sobre la mesa numerosas botellas. ¡Acuérdese Vuestra Majestad de la ceremonia de mañana! dijo Tarlein. ¡Eso es, mañana! repitió el viejo Sarto. El Rey vació una copa a la salud de «su primo Rodolfo,» como tenía la bondad de llamarme, y yo apuré otra en honor «del color de los Elsberg,» brindis que le hizo reír mucho.
Volvimos a estrecharnos las manos en silencio, y aquella vez ambos cosa extraña por parte de Sarto, se descubrieron y permanecieron descubiertos hasta que desapareció a su vista el tren que me conducía.
¿Narcótico?... ¿la última botella? pregunté con voz apenas perceptible. Vaya usted a saber dijo Sarto. Hay que llamar a un médico. No encontraríamos uno en tres leguas a la redonda; y además ni cien médicos son capaces de hacerlo ir a Estrelsau. Sé muy bien en qué estado se halla. Todavía seguirá seis o siete horas por lo menos sin mover pie ni mano. ¿Y la coronación? exclamé horrorizado.
Palabra del Dia
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