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Rióse don Quijote del donaire de Sancho, pero, con todo, propuso de llamarse de aquel nombre en pudiendo pintar su escudo, o rodela, como había imaginado. En esto volvió el bachiller y le dijo a don Quijote: -Olvidábaseme de decir que advierta vuestra merced que queda descomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada: juxta illud: Si quis suadente diabolo, etc.

Entonces, Ramiro, cubriéndose con su rodela, y ebrio de sanguinario furor, comenzó a repartir estocadas en el tumulto, sintiendo, a cada golpe, el crujido de las ropas y la blandura de los cuerpos que recibían la punta como pellejos de vino. Nadie gritaba. Era una escena muda. Los que caían se quejaban apenas con el aliento.

La parquedad en alojamiento y mobiliario confirman las observaciones del padre Guevara, reinando Carlos V, al decir : «que no hay escaño a do se echar, banco a do reposar, mesa a do comer ni silla a do se asentar, y que se come en el suelo como moro ó en las rodillas como mujer y se duerme en una tabla tomando por almohada una rodela». Mas esto era aplicable á los pasajeros.

Estaba en el primero cartapacio, pintada muy al natural, la batalla de don Quijote con el vizcaíno, puestos en la mesma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaíno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta.

Creyó reconocer a don Pedro Valderrábano por las calzas de velludo amarillo y sus pantuflos con pieles. Cuatro valentones custodiaban la silla de don Enrique Dávila, tres de ellos con alabarda y rodela, el otro con hermosa ballesta incrustada de marfil.

Al fin, hízose la comedia el primer día y no la entendió nadie; al segundo, empezámosla y quiso Dios que empezaba por una guerra, y salía yo armado y con rodela, que, si no, a manos de mal membrillo, tronchos y badeas, acabo.

Id por la escala luego, y vos, Ermilio, Haced que mi rodela se me traiga, Y la celada blanca de las plumas, Que á fe que tengo de perder la vida, O sacar desta duda al campo todo. Ves aqui la rodela y la celada, La escala vesla alli la trae Olimpio. Encomendadme á Jupiter inmenso, Que yo voi á cumplir lo prometido.

Al Inciso Pitum le cupo en suerte, Que en el aire parece salta y vuela, Con su pica tostada, grande y fuerte, Por cien partes le rompe la rodela: Y aunque parece darle ya la muerte, De tal suerte el cristiano se desvela, Que pierde Pitum toda su esperanza, Que el cristiano le corta media lanza.

Pardiez que, si yo no conociera a Dios por lo que me han enseñado mis padres y los sacerdotes y ancianos de mi lugar, le viniera a rastrear y conocer viendo la inmensa grandeza destos cielos, que me dicen que son muchos, o, a lo menos, que llegan a once, y por la grandeza deste sol que nos alumbra, que, con no parecer mayor que una rodela, es muchas veces mayor que toda la tierra, y más que, con ser tan grande, afirman que es tan ligero que camina en venticuatro horas más de trecientas mil leguas.

-Señor, en la casa pública; no se detenga V. Md., que las ánimas de mi madre y hermano se lo pagarán en oraciones, y el Rey acá. ¡Jesús! -dijo-, no nos detengamos. ¡Hola, seguidme todos! Dadme una rodela.