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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Tú, al querer ser mi esposa, domando un sentimiento robusto que vivía y vive en tu corazón, hacías un sacrificio sublime.
El Franciscano era robusto, fuerte, y de buenos colores, los ojos brillantes, la cabeza erguida, el continente reposado, y el paso sereno; la moza, que era muy linda, iba cantando, y miraba con enamorados ojos á su diaguino, el qual de quando en quando le pasaba la mano por la cara. Me confesará vm. á lo ménos, dixo Candido á Martin, que estos dos son dichosos.
Como es para ti, es justo que sigas tu capricho, añadió Edward; pero si piensas en tu descendencia, tienes más interés en casarte con un hombre robusto que con un alfeñique. En fin, allá tú. Además, dijo la joven, nada prueba que el señor de Tragomer me hubiera querido; y, según él mismo me ha dicho, su corazón no está libre. ¡All right! Entonces, no hay más que hablar.
Habíalos estado escuchando muy atentamente, apoyado en su ballesta, un robusto flamenco de penetrante mirada y atezado rostro, cuyo traje y porte revelaban á un oficial subalterno de las tropas del Brabante.
En una replaza abierta entre espesos árboles persiguió á un jabalí, que, al verse acorralado, le acometió con espumarajos de rabia, pretendiendo hundir sus colmillos en el cuero de sus zapatos. Pero una patada del gigante lo envió por alto, yendo á estrellarse contra un árbol copudo y robusto semejante á un cedro.
Verdad, verdad dijo el banquero poniéndose afectadamente grave y triste . Somos un par de trampas que el día menos pensado nos escurrimos para el otro barrio, sin sentirlo. Había visto una entrada oportuna para la conversación que apetecía: se apresuraba a aprovecharla. No; tú estás fuerte y robusto. Aún puedes dar mucha guerra en el mundo.... Pero yo, querido, ya tengo un pie en el estribo.
Soltó el obrero el cáñamo, parose la rueda, y el que la movía salió lentamente del fondo negro, plegando los ojos a medida que avanzaba hacia la luz. Era un muchacho hermoso y robusto, como de trece años.
Un sentimiento de orgullosa alegría, llenó de pronto el corazón de Delaberge: «Este apuesto muchacho, robusto y hermoso como un roble joven; este Simón de alma noble y de voluntad enérgica era verdaderamente su hijo...» Después toda su alegría se disipó al solo pensamiento de que este hijo suyo llevaba el nombre de otro y sería siempre un extraño para su padre natural.
No dejaba de echar también un vistazo a los restaurants, y en general a todas las tiendas, que en su larga vida de penuria bochornosa había mirado con desconsuelo. Pasó en esta vagancia dichosa algunas horas, sin cansancio. Sentíase fuerte, saludable, y hasta robusto. Miraba cariñoso, o con cierto airecillo de protección, a cuantas mujeres hermosas o aceptables a su lado pasaban.
Acaso Gonzalo fuese un poco más alto. El robusto corpachón de éste, alzábase sobre el grupo. Daba la mano por encima de las cabezas a los amigos que no podían llegarse a él, y su noble y bondadosa fisonomía sonreía a todos. Don Mateo, alzándose sobre la punta de los pies y tirándole del brazo para que se doblase, pudo decirle al oído: ¡Qué función te has perdido, Gonzalo!
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