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Hablaba con seca ironía, dando golpecitos impacientes con las manos en los brazos del sillón. Yo le respondí con algo de aspereza: No hay que hacerle reproches; ha sido educada así. , sin duda... sin duda... La Boivic la ha educado a su imagen; pero lo malo es que ha muerto a la mitad de su obra... En fin, a lo hecho, pecho. Después de todo esas mojigaterías no duran.

No, señorita, me contestó, estoy segura de mi cuenta y es usted una mala jugadora. Y usted una mentirosa, le respondí. Está bien, la desprecio demasiado para contestarle, me dijo. La hermana Sainte Félix, llegó afortunadamente en ese momento, pues yo creo que iba á pegarle... He ahí lo que ha pasado. Ya ves, es imposible arreglarnos después de esto. ¡Imposible! eso sería una cobardía.

»Creí comprender algo, que no me molestaba ciertamente, porque no estaba reñido con el recuerdo que llenaba mi memoria e informaba entonces todos mis pensamientos; pero, por si me equivocaba, respondí a mi madre que no.

Yo no me atrevía á bromear contigo sobre sus pretensiones como lo hacía sobre las de otros, y seguro de la impunidad, ya no se contuvo y me aseguró que por un medio ó por otro me obtendría. Le respondí de un modo que debió hacerle mucho daño, porque por primera vez le palidecer y descomponerse.

No me sorprendería que viniese á dar á usted un beso antes de robarle su amante... ¡Pobre de ella! exclamé. ¡Bah! ¿Qué iba usted á hacer? No creo que pensase sacarle los ojos ó abrirle la cabeza. Eso sería muy vulgar. No respondí. Por mi cabeza enloquecida y en la que las ideas parecían chocar unas con otras con un ruido de olas, pasaron fulgores siniestros.

No llore usted así, Magdalena, hija mía... Su abuela de usted no piensa obligarla al matrimonio. No, señora respondí entre dos sollozos, pero todas ustedes me encuentran poco razonable y novelesca porque no puedo decidirme a casarme con un hombre a quien no conozco. Es ese juicio lo que me hace daño, mucho daño en el corazón...

La persona que nos conducia nos preguntó, señalando á los tules que decoraban los remates de aquellos trajes: ¿Qué creen ustedes que es esto? Yo respondí: Creo que es un tul que se ha unido á la porcelana. Pregunté á mi mujer, y mi mujer creia como yo que era tul. Nuestro guia se sonrió en señal de triunfo, diciéndonos que no lo habiamos mirado bien.

Al fin, me levanté bruscamente, y respondí a todos: Tengo veinte años, soy noble, y necesito alcanzar gloria y honores. Déjenme, pues, que parta. Y acto seguido me lancé al patio. Iba a montar en la silla de posta cuando apareció en el descanso de la escalera una joven. Era Enriqueta. No lloraba, no pronunciaba una palabra. Pero estaba pálida y temblorosa, y apenas podía sostenerse.

Puede ser, tío, respondí tranquilamente, mi cura también me decía muchas veces que le haría morir de pesar. Hablando francamente ¿crees que tenga ganas de que me lleve el diablo por causa de una chicuela mal educada, como ? Os diré primero, que no creo que nunca os llevará el diablo, y segundo, que me desolaría si os perdiera, pues os quiero con todo mi corazón.

Desgraciadamente para ti. Teniendo corazón se sufre... Con un corazón de similor como el mío, todo importa poco... ¡Viva el similor!... ¡Viva el amor! respondí por lo bajo. ¡Qué gusto! exclamó Francisca muy contenta. Va a ser divertido ver a una enamorada de carne y hueso... ¿Me lo contarás todo, eh, Magdalena?... La niñada de Francisca me hizo reír, y prometí todo lo que quiso.