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Actualizado: 6 de junio de 2025
Las miradas de reojo decían ahora: la de Esteven: ¿No te vas todavía? ¿qué esperas? Ya habrás comprendido que nosotros somos como el aceite y el vinagre, y que si no te he echado de casa, ha sido por no dar escándalo, y de lástima de ver cómo te has agachado a pedir perdón... Es en balde, hija; nunca nos entenderemos nosotros... lo que yo siento, es no saber a qué has venido...
Los tres amigos parecían extraordinariamente contentos, con una alegría nerviosa que les hacía empujarse y reír. Miraban de reojo a la Virgen y después se miraban entre ellos con un gesto de misterio que no podía comprender Gabriel. Habéis bebido mucho, ¿verdad? dijo Luna con suave reproche . Hacéis mal; ya sabéis que el beber es la degradación de los pobres.
Si no salía honrada e cumplida, como era menester, no la poníamos en la lonja por todo el oro de las Indias. ¡Ah, cuando estaba yo por rematar una hoja e sacábala por última vez de las ascuas, color de hígado, y le untaba la riñonada para ponella a enfriar punta arriba, me temblaba el corazón, señor hidalgo! Ramiro observó de reojo a su interlocutor.
Núñez con astucia cambió en seguida la conversación. Las señoras dieron permiso para encender los cigarros y, con asombro de Elena, la condesa aceptó un cigarrito de tabaco turco que Narciso le ofreció. ¿Y dónde anda ahora Menelao, amigo Gustavo? preguntó con sonrisa insolente el vizconde de las Llanas. Núñez se turbó levemente y echó una rápida mirada de reojo a Elena.
El interrogado, sin dejar de hacer garabatos, miró de reojo á todos los circunstantes; fijóse en el alcalde, que inclinado sobre la mesa enseñaba unos dientes tan grandes como habas cochineras, ansiando la respuesta del viejo, y después de arreglar la chaqueta sobre los hombros, contestó muy pausadamente: ¿Conque ... qué digo yo de esto, eh?... Pues digo que.... ¡Jummma!...
Miraban de reojo á Robledo, y según éste se iba alejando, dejaban caer sus herramientas, sentándose otra vez. Volvió repetidas veces su cabeza el ingeniero, y se dijo, como el día anterior, que un poder oculto había trastornado la vida de la colonia. Gualicho andaba realmente por todas partes, y hasta hacía sentir su influencia fuera del pueblo, desorganizando el trabajo de los hombres.
Miranda reclamó un rigodón, y para colmo de dicha y victoria, las Amézagas se reconcomían mirando de reojo el espejillo, dije que sólo brillaba sobre dos faldas: la de Pilar y la de la sueca.
Destacó, pues, un seide encargado de seducir al vigilante, convidándole a comer, a echar un trago, recurriendo a todo género de insinuaciones halagüeñas. Tiempo perdido: el centinela ni siquiera miraba de reojo para ver a su interlocutor: su cabeza redonda, peluda, sus salientes mandíbulas, sus ojos que no pestañeaban, parecían imagen de la misma obstinación.
¿La gente impresionable puede entonces comunicar una impresión conforme a la realidad? Esta vez, sí no pude menos de reirme. Vezzera me miró de reojo y se calló por largo rato. ¡Parece me dijo de pronto que no hicieras sino concederme por suma gracia su belleza! ¿Pero estás loco? le respondí. Vezzera se encogió de hombros como si yo hubiera esquivado su respuesta.
Vi de reojo que me miraba aún. ¿Qué murmuró. ¿Qué... qué? repetí. ¿Qué le dije? Tampoco me acuerdo ya... Sí, se acuerda... ¿Qué le dije? No sé, le aseguro... Sí, sabe... ¿Qué le dije? ¡Veamos! me eché de nuevo sobre la mesa. Si Vd. no recuerda absolutamente nada, puesto que todo era una alucinación de fiebre, ¿qué puede importarle lo que me haya o no dicho en su delirio? El golpe era serio.
Palabra del Dia
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