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Actualizado: 30 de junio de 2025


De tal modo que Regalado, adivinando que de seguir así las cosas no se terminaría la faena ni á la media noche, se puso serio y les llamó al orden repetidas veces. Pero no logró nada. Hasta que se hartaron de retozar no se dieron cuenta de que las mazorcas estaban allí para otra cosa que para servir de proyectiles amorosos.

Bajó los ojos, nerviosamente se ajustó el sombrero, tomó a Raquel por la cintura y ambas salieron. ¿Viste? Contigo también ha cambiado. El señor Molina, inquieto, asombrado, se puso a cavilar en silencio. Aquella sobrina que tanto quería y tanto había regalado desde pequeñuela, surgía ahora para él, repentinamente, como un mundo cerrado.

Y el padre señalaba con los ojos el cuchillo regalado por Febrer al Capellanet, que estaba ahora abandonado sobre una silla. Luego habían descubierto al señor, caído de bruces cerca de la escalera de la torre. ¡Ay, don Jaime, qué susto el de Pep y su familia! Le habían creído muerto. En estos trances es cuando se conoce el cariño que se tiene a las personas.

En Madrid, el día antes de casarse, no fue hombre para gastarse seis cuartos en un ramo de rositas de olor... En Navalcarnero le había regalado un botijito, y la llevaba a pasear por los trigos, permitiéndose coger amapolas, que se deshojaban en seguida.

Valentina se había puesto el ramo en la cintura con una coquetería innata, y alborotaba toda la casa mostrando mis flores como una maravilla. ¿Qué te ha regalado don Camilo? le preguntó Martín. Un álbum con su retrato. ¡Si vieras qué cache está el pobre! Niña, no digas eso le decía la madre. , mamá, ¿por qué no lo he de decir?

Mas los maridos sois ríos Que, en allegando a la mar De la noche del gozar, Perdéis del curso los bríos. ¿Tan fea soy, engañador? ¿Tan poco te he regalado? Debes de estar enseñado A otra experiencia mayor. Si amartelado venías, ¿No era remedio bastante Una mujer ignorante Que para mujer querías?

La voz, que durante breve rato había regalado con encantadora música el oído del hombre extraviado, se iba perdiendo en la inmensidad tenebrosa, y a los gritos de Golfín, el canto extinguiose por completo.

El resultado de las anteriores y análogas cavilaciones fue que, llegada la noche, cuando don Juan entró a saludarla en su cuarto del teatro, apenas pudieron hablar a solas, le dijo ella sin disimular su pensamiento ni prever la respuesta: Muchas, muchísimas gracias; pero señor Todellas, ¿cómo diablo ha regalado usted eso a una infeliz que no tiene tiempo para coserse una cinta? ¡Y cuidado que es lujoso y bonito!... Sobre todo de buen gusto.

Delante de ella, sentado bajo el corredor emparrado, con el sombrero en la mano y sudando como lo que era, como un buey, estaba el actuario D. Casiano. Cerca de él Regalado.

Había visto a la Regenta en el parque pasear, leyendo un libro que debía de ser la historia de Santa Juana Francisca, que él mismo le había regalado. Pues bien, Ana, después de leer cinco minutos, había arrojado el libro con desdén sobre un banco. ¡Oh! ¡oh! ¡estamos mal! había exclamado el clérigo desde la torre: conteniendo en seguida la ira, como si Ana pudiera oír sus quejas.

Palabra del Dia

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