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Actualizado: 30 de junio de 2025
Tenía los cinco mil en el bolsillo concluyó Jacinto, y bien podía desahogarme; si todo esto les digo antes, de seguro no me los dan. Quilito, muy contrariado, replicó: Sobre el mismo tema me han regalado hoy una sonata destemplada en casa. ¿Quién será el inventor de esa zoncera? Ni yo miro a tu hermana, ni ella a mí.
Regalado preside á esta faena en la gran pomarada de D. Félix por ausencia de éste. Sentado bajo el árbol más copudo, rodeado de hermosas jóvenes y tañendo la flauta con destreza, semeja al dios Pan entre sus ninfas. Mas á veces deja la flauta abandonada y entonces las ninfas se ponen en guardia, porque siempre es con algún fin siniestro.
Bien sabido es que el famoso vino que allí se produce no es regalado ó vendido por su opulento propietario, el duque de Metternich, sino para el consumo de soberanos y príncipes, ó de esos reyes de los cofres que se llaman banqueros, capaces de pagar á 27 ó 30 francos la botella del delicioso licor.
Efectivamente allí vivían tales sujetos. Nada más preguntó. Dió las buenas noches y se retiró á la habitación que D.ª Robustiana le había preparado. Cuando ésta y su consorte se encontraron solos miráronse con ojos donde brillaba la sorpresa y el triunfo. ¡Ella es! exclamó Regalado con voz de falsete. ¡Ella es! respondió D.ª Robustiana sin alzar más la voz.
Era su hermana mayor, la cual creía también en la pasión de Regalado, pero que lejos de alentarla se mostraba exasperada, furiosa. Pasó como un torbellino en persecución de la incauta doncella gritándole con acento amenazador: ¡Aguarda, aguarda; yo te arreglaré, grandísima pícara! Los vecinos se retorcían de risa. Nadie sabía cuál de las dos mujeres era más simple.
Hacía pocos días había regalado al capellán una colcha de crochet que era una verdadera maravilla de trabajo pacienzudo y habilidoso. Por cierto que la viuda, al verla sobre la cama del clérigo, experimentó un vivo disgusto y lloró muchas lágrimas en secreto.
Un hermoso rizo de cabellos negros, sujeto... con... no recuerdo... dijo la reina poniéndose un rosado dedo en los labios, como quien medita... ¡ah! ¡sí!... con un pequeño lazo de diamantes... en el cual estaban esmaltadas nuestras armas. ¡Nuestras armas! Sí por cierto; era uno de los seis lazos que para que me sirviera de sobreherretes, me había regalado vuestra majestad.
Alejóse Eladia murmurando. Quino había desaparecido. Poco á poco también fueron abandonando la plazoleta cuantos en ella había, pues la noche iba cerrando y la cena les esperaba. Al cabo Regalado se levantó y tomando la silla se introdujo con ella en casa y cerró la puerta. Por espacio de una hora todo quedó en silencio.
El infiel esposo de esta señora, nuestro amigo Regalado, salió del lagar, echó una mirada por el campo y dirigiéndose á los jóvenes que allí había, en el tono zumbón é impertinente que le caracterizaba les habló de esta manera: Llegó el momento, mozos valerosos, de que probéis vuestra enjundia delante de las hermosas de Entralgo.
Yo ni siquiera concibo a Vd. sin Vd. Para mí es Vd. su boca, sus ojos, sus negros cabellos, que deseo acariciar con mis manos, su dulce voz y el regalado acento de sus palabras que hieren y encantan materialmente mis oídos, toda su forma corporal, en suma, que me enamora y seduce, y al través de la cual, y sólo al través de la cual se me muestra el espíritu invisible, vago y lleno de misterios.
Palabra del Dia
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