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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Las dos monjas las recogieron con timidez: la muerta se las había dado para sus obras de caridad. Luego quedó cerrada la tapa, desapareciendo para siempre la que minutos antes era una mujer hermosa que los hombres no podían ver sin estremecimientos de deseo. Las cuatro tablas sólo guardaban harapos rojizos, carnes agujereadas, huesos rotos.
Cabesang Tales tuvo que entregar su escopeta, pero armado de un largo bolo prosiguió sus rondas. ¿Qué vas á hacer con ese bolo si los tulisanes tienen armas de fuego? le decía el viejo Selo. Necesito vigilar mis sembrados, respondía; cada caña de azucar que allí crece es un hueso de mi esposa. Le recogieron el bolo por encontrarlo demasiado largo.
Facia era, en efecto, una huérfana desvalida cuando la recogieron mis tíos en su casa.
Amainaron entonces, y, echando el esquife o barca a la mar, entraron en él hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y cuerdas encendidas, y así llegaron junto al nuestro; y, viendo cuán pocos éramos y cómo el bajel se hundía, nos recogieron, diciendo que, por haber usado de la descortesía de no respondelles, nos había sucedido aquello.
Señor Cornelio; partamos sin perder un minuto dijo el piloto . Dentro de cuarenta y ocho horas abrazaremos al Capitán, a Hans y al chino. ¡En marcha, Van-Horn! Me siento tan fuerte ahora, que andaría diez leguas sin detenerme. Recogieron los panes de sagú esparcidos entre la hierba, y se pusieron en marcha penetrando en la gran selva, que se extendía hacia el Oeste.
Si algo pudo mitigar el dolor de Fernando, fue el testimonio de respeto que en aquella ocasión se apresuró a darle la espuma de la sociedad madrileña: más de doscientos coches particulares siguieron el entierro de la pobre Mercedes; S. M. mandó el coche de respeto con los lacayos enlutados; después se recogieron a la puerta más de seiscientas tarjetas de pésame, y a los funerales que por el eterno descanso de su alma se celebraron en San Isidro, acudió un sinnúmero de personas de calidad, y en representación de S. M., el mayordomo de Palacio.
Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto; y así, con mucha priesa, recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y, sin averiguar otra cosa, se fueron.
El caballo del patrón volvió un anochecer con paso tardo y sin jinete. El viejo había rodado en una cuesta, y cuando lo recogieron estaba muerto... Así terminó el centauro, como había vivido siempre, con el rebenque colgando de la muñeca y las piernas arqueadas por la curva de la montura. Su testamento lo guardaba un escribano español de Buenos Aires casi tan viejo como él.
Cenó regularmente y habló con su padre, por largo, de lo que habían hablado ya antes de irse él al Casino. ¡Estaban, los pobres, tan poco hechos a francachelas como las de Peleches por la mañana, y a esparcimientos tan singulares como los de la tarde!... A la hora de costumbre se cerró la botica, y se recogieron los dos... El padre, después de rezar sus oraciones, se durmió como un bendito.
El Guarro sacó de la chaqueta con aire de triunfo, media cucharilla de plata. ¿Qué valdrá eso? Seis u siete ríales. Pues al café. Recogieron el fruto de su trabajo, dividiéronse en los sacos el peso, y atravesando barrios enteros, después de matar el gusano en una taberna, fueron a salir por rondas y afueras más allá del Cristo de las Injurias.
Palabra del Dia
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