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La marquesa le interrumpió: Ríete cuanto quieras, como te ríes de todo; este es un privilegio que la naturaleza te ha dado, como al sol el de brillar. Pero sabed, don Federico, que ese nombre, tan ridículo a los ojos de mi sobrino, es uno de los más ilustres y más antiguos de España. Debe su origen a la batalla de las Navas de Tolosa...

Faltas cometí, ¿quién lo duda?, pero imagínate que hubiera seguido entre aquella gente, que hubiera cumplido mis compromisos con la Pitusa... No te quiero decir más. Veo que te ríes. Eso me prueba que hubiera sido un absurdo, una locura recorrer lo que, visto de allá, parecía el camino derecho. Visto de acá, ya es otro distinto. En cosas de moral, lo recto y lo torcido son según de donde se mire.

Pero entonces la cegó la ira y dijo con cruel desabrimiento al Conde Enrique: ¿De qué te ríes, imbécil? ¿De qué te ríes? Pues me río, contestó el conde tartamudeando, pues me río... Vamos... interrumpió ella. Di, explícate. Dios te habla.

Últimamente se quejó de que su marido no decía nada. ¿Por qué no hablaba? ¿Todo lo había de decir ella? Reynoso por complacerla se puso a contarle lo que había hecho durante el día, su excursión a la sierra. Elena escuchaba cediendo cada vez más al letargo que la invadía. Su marido sonrió. Ella advirtió su sonrisa. ¿De qué te ríes socarrón? ¿Te figuras que tengo sueño?

que no valían un reale; debajo llevaba otra que valía una ciudadeJuanita, al citar estos versos y al aplicárselos, se olvidaba de sus melancolías y soltaba una carcajada. ¿De qué te ríes, niña? le dijo una vez su madre . Pues no es cosa de risa lo que nos está sucediendo. , mamá; es cosa de risa. Mejor es reír que rabiar.

Quiroga sabe que en un templo hay escondidos objetos preciosos; preséntase al sacristán, a quien interroga sobre el caso; es una especie de imbécil que contesta sonriéndose. «¿Te ríes? ¡A ver!... ¡Cuatro tiradores!...», que lo dejan en el sitio, y las listas de la contribución se llenan en una hora. Las arcas del general se rehinchan de oro.

¿Te ries? La risa ten, hasta que oigas los informes que mis ideas te den; verás, si lo piensas bien, que al cabo estamos conformes. Primavera es la ventura, triste invierno es el dolor sin brisas y sin ventura; pero en medio de ese horror, tiene tambien su hermosura. Que si aquella tiene flores y calor, vida y amores y crepúsculos serenos de santo misterio llenos y aromas, luz y colores,

No era cosa de comer de fijo, porque había probado de cien golosinas y hasta algo de la comida del Marqués por chanza. Visitación y Mesía, más tranquilos, conversaban al balcón, apoyados en el hierro frío del antepecho. «No volverían la cara; estaba ella segura». Entre estos camaradas, jamás se falta a ciertos pactos tácitos. El Marquesito soltó una carcajada. ¿De qué te ríes? dijo Obdulia.

Pues todo queda arreglado. Lee. Sacó del bolsillo una carta y me la dio. Principié a leerla. A cada palabra, una falta de ortografía. No dejé de sonreirme. ¿De qué te ríes muchacho? ¡Ah! Ya me lo imagino.... De los disparates de Castro. Pues no te rías. Castro Pérez es un hombre muy instruido. Lo será; pero no sabe una palabra de.... ¡Hijo! ¡Defectos de la educación antigua!

¿De qué te ríes, ciruelo? exclamó el buen anciano, echando fuego por los ojos. ¿Te figuras, por ventura, que tu tío es un trasto arrinconado que no puede empuñar un sable o una pistola?... ¡Oh, demonio! ¡Oh, diablo! añadió cada vez más irritado, gesticulando como un loco por la habitación.