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Actualizado: 28 de julio de 2025


El fuerte olor del vino derramado y de los platos sobrantes caídos en un rincón, mezclábase con el hedor de petróleo de los quinqués. Las muchachas, enrojecidas por la digestión, respiraban con dificultad y se aflojaban los cuerpos de sus vestidos, desabrochándose el pecho. Lejos de la vigilancia de los manijeros y trastornadas por el vino, olvidaban sus remilgos de vírgenes silvestres.

Los racimos de bombillas eléctricas, al iluminarlos con un resplandor absurdo, hacían pensar en el sol ardiente y el mar azul que existían al otro lado de los muros de oro y jaspe. Sobre las mesas, el alumbrado era de petróleo: dos enormes pantallas abrigando cada una cuatro quinqués que pendían de unas cadenas de bronce de varios metros fijas en el techo.

La luz de dos quinqués que ardían sobre una mesa debajo de los arcos y las bujías del piano no llegaban a esclarecer enteramente el centro, donde las sombras se espesaban, gracias al follaje de los arbustos. Siéntese usted bien, Sanjurjo me dijo, llamándome ya por mi nombre. Yo, sin comprender por qué estaba mal sentado, hice un movimiento y seguí en la misma posición.

Era ya tarde: los quinqués habían llegado al tercer período de su reverberación dificultosa, es decir, estaban en los instantes precursores de su completo aniquilamiento, y las mechas despedían humo más hediondo y abundante. Uno de los mozos se había marchado á dormir; otro roncaba junto á la puerta, y el tercero había salido con los parroquianos.

En un rincón el espejo; en otro un escritorio de madera taraceada estilo Pompadour; en los otros dos unas columnas forradas de terciopelo azul sosteniendo dos quinqués que esclarecían ahora la estancia.

Más adelante jarcierías y almacenes de pasturas; ancho portal en que pernoctaban unos arrieros, y cerca del cual ardía una fogata; luego, la calle anchísima.... Allí más animación, más vida; gentes que iban y venían; el alumbrado público, faroles con lámparas de petróleo, que solo servían para dejar que se viese la obscuridad; jinetes que volvían de las haciendas y de los pueblos cercanos; un almacén de ultramarinos, EL PUERTO DE VIGO, iluminado profusamente, centelleando en las botellas, en los frascos y en las latas de sardinas el reflejo de los quinqués; una botica soñolienta, hipnotizada por sus reverberos y sus aguas de colores, la botica de don Procopio Meconio; delante del mostrador un marchante en espera; detrás un mancebo que hacía píldoras, y en la puerta el dueño, de charla con un amigo.

Hay virtuoso de estos que desafía la caída las decoraciones, las manchas de petróleo los quinqués y los más diversos miasmas por el placer de oír murmurar a una vocecita ronca estas encantadoras palabras: ¡Demonio! ¿Cómo me duelen los pies! Levántase el telón y las ochenta reinas efímeras mariposean gozosas bajo las ardientes miradas de un público entusiasmado.

La mujer de Zarandilla y Rafael, ayudados por aquella tropa, arreglaron las habitaciones del amo. Dos quinqués humosos dieron luz a la gran sala de enjalbegadas paredes, adornadas con algunos cromos de santos. Los hombres de confianza de don Luis, doblando el espinazo con cierta pereza, sacaron de espuertas y cajones todas las vituallas traídas en el carruaje.

Palabra del Dia

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