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Actualizado: 8 de junio de 2025
Quevedo estaba en la situación, y sus últimas palabras influyeron terriblemente en el ánimo del joven, porque había oído aquellas mismas palabras á Dorotea. ¿Y ha podido llegar la locura de esa infeliz hasta tal punto? dijo. No era locura, sino rabia, y rabia femenil, la más terrible de las rabias de que puede adolecer una criatura.
Pero tened en cuenta que amo mucho á doña Clara Soldevilla, y que llevo vuestra palabra de que Quevedo no será preso. Y saludando al duque salió. El duque salió acompañándola y murmurando: Ese Quevedo debe de ser brujo.
En aquel momento sonó una detonación, y poco después se oyeron las voces de los criados que gritaban: ¡Fuego! ¡fuego en la cámara de su excelencia la señora condesa! ¡Eso es que Quevedo se me escapa! exclamó doña Catalina. Y corrió desolada al lugar del incendio. Entre tanto el conde sacó del bolsillo una carta, la retorció y la puso á la luz. Aquella carta ardió.
Conoció á Juan, y se hicieron los más grandes amigos del mundo. Don Francisco es un hombre que vale mucho, y que podrá servir de mucho á Juan. Y cuando Quevedo, que es un hombre que estrecha muy pocas manos de buena fe, distingue y ama y no muerde con su sangrienta burla á nuestro hijo, mucho debe éste de valer. »Allá te lo envío: sale de aquí sin un maravedí y sin una camisa.
Poco después se oyeron de nuevo las pisadas de Quevedo. Buscad mi candelero dijo con la voz conmovida la de Lemos. Y mi linterna contestó con un acento singular Quevedo. Ved que ésta es mi mano dijo la condesa. No creía que estuviéseis tan cerca de mí. ¡Ah! ya he dado con él. Ya he dado con ella. ¡Adiós, don Francisco! mañana me encontraréis todo el día en mi casa.
Pero os habéis olvidado, señora dijo con suma precipitación Quevedo . Yo deseo, quiero, os suplico, que el duque de Lerma no sepa, no pueda sospechar siquiera la situación en que me encuentro respecto á él. ¡Ah! ¡Sí, es verdad, caballero! Y puesto que así lo deseáis, respetaré vuestro deseo.
Empezó dando puntadas. Como al principio era su charla frívola y de gacetilla, todos se reían y el Pater estaba en sus glorias. Pero poco a poco iba sacando Rubín proposiciones serias. El poder temporal del Papa fue puesto por los suelos, sin que ninguno de los tonsurados hiciese una defensa formal. El Pater y Quevedo tomaban la cuestión con calma, oponiendo a los ataques de Rubín argumentos evasivos en estilo joco-serio. Pedernero lo echaba todo a chacota; pero una noche que llevó Rubín, bien fresquecito y pegado con saliva, el tema de la pluralidad de mundos habitados, Pedernero empezó a despabilarse. Era doctor en Teología, y aunque había ahorcado los libros hacía mucho tiempo, algo recordaba, y tenía además grandes dotes de polemista. Rubín salió un tanto contuso; pero en retirada se defendía bien con su flexibilidad y agudeza. Más adelante llevó un arsenal de argumentos contra la revelación. «Esto no lo creen ya más que los adoquines...». Todo el Viejo Testamento no era más que un fraude, una imitación de las teogonías india y persa. Bien se veía la reproducción de los mismos mitos y símbolos. El pecado original, la expulsión del paraíso, la encarnación, la redención, eran una serie de representaciones poéticas y naturalistas que se reproducían al través de los siglos, «lo mismo a orillas del
Ahora dijo Juan , lo que importa es que vuesa merced se mude de medias y se ponga zapatos. ¿Y con qué, voto á Baco? dijo Quevedo. Con mis zapatos y con mis medias. Paréceme bien dijo Quevedo echándose fuera las calzas enlodadas , pues digo que el enclavamiento fué donoso. A él debéis la vida, que si la tierra no está blanda, os estrelláis. ¿Y tú qué vas á ponerte?
No, licenciado Sarmiento; vos sois el que os vais de mí... y me alegro. Guardéos Dios. Estaba ya dentro Quevedo y se cerró la puerta de la litera. Esta se puso en movimiento. Durante algún espacio, Quevedo oyó el ruido de las gentes que pasaban, y el viento que zumbaba en los aleros de las calles.
Curiosa seguramente es la anécdota que sigue. Un día se encontraban juntos en la corte Quevedo y Montalbán; estaba expuesto un cuadro de Velázquez, y el Rey y los cortesanos lo examinaban y juzgaban. El cuadro representaba á San Jerónimo, azotado por ángeles por leer libros profanos. Montalbán, por indicación del Rey, improvisó los versos,
Palabra del Dia
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