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Actualizado: 8 de junio de 2025


Quevedo al leer no se reía; su acento al leer era el de un profundo crítico, que aprecia cada uno de los detalles, cada uno de los pensamientos, cada una de las bellezas, y las determina, las anota, por decirlo así, con la inflexión del acento, con la acentuación particular de la palabra; que admira y que acaso envidia, y que toma la lectura por lo serio.

¡Adiós, doña Catalina! mañana iré á veros... si no me encierran. ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Oh, Dios mío! murmuró la condesa alejándose entre las tinieblas , creo que no me pesa de haberle encontrado. ¿Amaré yo á Quevedo? Entre tanto, Quevedo, adelantando en dirección opuesta, murmuraba: Capítulo VI. De cómo no hay virtud estando obscuro.

Entre tanto Quevedo, atravesando callejones y galerías, se entró en el aposento de doña Clara Soldevilla. Don Juan se calentaba al brasero y doña Clara escribía. Consuela este olor dijo Quevedo entrando. ¡Ah, mi buen amigo! dijo don Juan. ¡Ah, don Francisco! exclamó doña Clara : ¿de qué olor habláis?

Quevedo levantó el pie y le puso sobre una pequeña mesa, que entonces y mucho después servía de estribo á los empinadísimos coches de nuestros abuelos. Y se entró en el coche. Pues no, este coche no es suyo dijo Quevedo palpando la badana usada de los asientos . Cállome y veamos. Pero la mujer que en el coche estaba no habló.

Y digo preso continuó Quevedo como contestando á aquella expresión , porque los que en España nos encontramos entre cierta gente, cuando no somos prendedores somos prendidos. En fin, señora, yo me llamo, después de criado vuestro, don Francisco de Quevedo y Villegas, señor de no qué torre, y autor de no qué libros.

Pues esto es peor, mucho peor dijo Quevedo ; paréceme que en esto andan mis enemigos y que perderme quieren; achacaránme resistencia á la justicia, embrollaránme el proceso y bien podrá ser que algo más que negro me sobrevenga.

; que vaya á cumplir mi oficio cuanto antes. No, no es eso; que viniérais con vuestro amigo. Vendré; y adiós, señora. Adiós. Quevedo salió pensativo y cabizbajo murmurando: ¡Pobre Dorotea! ¡ella también le ama con todo su corazón!

Yo creo que si seguimos hablando mucho tiempo acabaréis por confesar que dudáis de Dios. Creo en Dios y en mi padre. Se conoce dijo la duquesa no pudiendo ya disimular su impaciencia que os galanteaba con una audacia infinita, antes de que os casárais, don Francisco de Quevedo. Coloreáronse fugitivamente las mejillas de la joven. ¿Y en qué se conoce eso? En que os habéis hecho... muy sentenciosa.

Quevedo observó. Un gentilhombre estaba respetuosamente descubierto delante de doña Catalina. ¿Conque es decir que la señora camarera mayor dijo la de Lemos se ha puesto tan enferma que se ha retirado? Y os suplica que la reemplacéis, noble y hermosa condesa. Muy bien; retiráos. ¿De todo punto?

Hirióle... ese bastardo de Osuna, ese don Juan, á quien yo no quién ha hecho capitán de la tercera compañía de mi guardia española. Lo ha hecho, señor, la reina, por amor á su favorita doña Clara Soldevilla. Esposa recientemente de ese don Juan... y á quien creo que ama mucho... pues bien, prendamos á ese don Juan para poder prender á Quevedo. ¡Cómo!

Palabra del Dia

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