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Actualizado: 8 de junio de 2025
¡Jesucristo! exclamó Quevedo en voz muy baja : ¿sera verdad lo que me habéis dicho acerca de ser pieza mayor el rey? En el lecho de la reina, más allá de ella, á quien da la luz de la lámpara sobre el bello semblante dormido, hay un bulto. Y en un sillón junto al lecho, vestidos de hombre. Y un rosario de perlas. ¡Ah! ¡es el rey!
Los ángeles a porfía Al Santo azotes le dan Porque á Cicerón leía... Y Quevedo entonces, interrumpiéndolo, terminó la estrofa de esta manera: Cuerpo de Dios, ¡qué sería Si leyera á Montalbán! De las comedias manuscritas de Montalbán, del duque de Osuna, llevan fecha del año: La deshonra honrosa, 1622; Como padre y como Rey, 1629, y La ventura en el engaño, 9 de mayo de 1630.
Y todo esto le acontecía parado, siendo objeto de la curiosidad de los que pasaban y cruzaban, que no podían menos de decirse: ¿Qué acontecerá al cocinero mayor? Y Montiño no se acordaba de que había dado á Quevedo la carta y de que Quevedo no se la había devuelto.
¡Cuerpo de Baco! exclamó aquel hombre , ¿venís ú os disparan, tío? Aquel hombre era don Francisco de Quevedo. El bufón no le contestó: por cima del hombro de Quevedo había visto un paje talludo, rubicundo, que llevaba sobre las palmas de las manos una vianda adornada con yerbas verdes. ¡Allí tal vez!... ¡en aquel plato!... dijo el bufón ¡soltad, vive Dios, ú os mato!...
Al verse Quevedo con un bulto encima, y espada en mano, echó al aire la suya, y embistiendo á Juan Montiño, exclamó con su admirable serenidad, que no le faltaba un punto: Muy obscuro hace para pedir limosna; perdone por Dios, hermano. Y á pie firme contestó á tres tajos de Juan Montiño, con otras tantas estocadas bajas y tales, que el joven se vió prieto para pararlas.
La condesa sacó una mano por la abertura de las maderas, y Quevedo la besó suspirando. Adiós dijo, y se alejó. La reja se cerró silenciosamente. Poco después Quevedo llamaba á la puerta del aposento de doña Clara. Aquella puerta se abrió al momento. Encontró á doña Clara sobreexcitada, encendida, inquieta, con la mirada vaga, con todas las señales de una inquietud cruel.
Entonces Quevedo aplicó la luz de una bujía á aquella especie de pira que casi tocaba al techo, y luego otra bujía y luego otra; una llama viva y brillante apareció á los pocos momentos, y un humo denso y blanco inundó la cámara. Era inevitable un incendio. La cámara debía convertirse en pocos minutos en una hoguera.
Don Francisco de Quevedo y Villegas, del hábito de Santiago, señor de la torre de Juan Abad, y secretario del virrey de Nápoles, solicita urgentemente y para asuntos graves, una audiencia de vuestra majestad. No me dejarán parar dijo el rey con disgusto . ¿Y quién ha dicho á don Francisco que yo estoy aquí?
Sus padres, al morir, la dejaron sin casa ni canastilla y al abrigo de una tía entre bruja y celestina, como dijo Quevedo, y más gruñona que mastín piltrafero, la cual tomó a capricho casar a la sobrina con un su compadre, español que de a legua revelaba en cierto tufillo ser hijo de Cataluña, y que aindamáis tenía las manos callosas y la barba más crecida que deuda pública.
Entonces érais paje del rey, y no había paje que no conociese á Verónica. ¿Pero estáis loco, Montiño? Ahora no se trata de pajes: es más... algo... más gordo. Ved allí por donde asoma el sargento mayor don Juan de Guzmán dijo Quevedo. ¡Oh! pues vámonos de aquí, porque si no no respondo de mí mismo. Y el cocinero se levantó.
Palabra del Dia
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