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Actualizado: 8 de junio de 2025
Alonso del Camino continuó: Se murmuraban en la antecámara muchas cosas. Allí siempre se murmura. Decían que don Francisco de Quevedo había venido á la corte y que había dado de estocadas á don Rodrigo Calderón. ¡Bah! siempre persiguen al bueno de don Francisco las acusaciones... ya sabéis que no ha sido Quevedo... ¿pero está en efecto en Madrid?
La carta que en contestación á ésta escribió la abadesa, y que entregó á Montiño y que quitó al cocinero mayor Quevedo, contenía lo siguiente: «Mi respetable tío y señor: He recibido la carta de vuecencia tan á tiempo, como que, cuando la recibí, estaba en visita con mi buena prima y con don Francisco de Quevedo.
¿Pues no me dijiste ayer que era necesario castigar con mano fuerte á ese don Juan y á don Francisco de Quevedo, su cómplice? Ayer estaba mal informado, señor; por las primeras diligencias del proceso resulta que no fueron dos contra uno, sino que por el contrario, don Rodrigo llevaba otro hombre contra don Juan.
Forman la tercera serie de manifestaciones de la vida de la nación las pinturas burlescas y fantásticas, traducidas después á casi todas las lenguas de Europa, á las cuales tituló Sueños Quevedo, y á cuya especie pertenece también El diablo cojuelo, de Guevara, de tanto éxito, y, por último, la República literaria, de Saavedra Fajardo, obra ya más culta y perfecta.
El día de San Eugenio propuso doña Casta ir de merienda al Pardo; pero las de Rubín no querían ni oír hablar de nada que a diversión se pareciese. Bueno tenían ellas el espíritu para meriendas. Fueron las Samaniegas con doña Desdémona, Quevedo y otros amigos. Por la noche, doña Casta se empeñaba en que todas habían de comer bellota, de la provisión que trajo. Estaban de tertulia en casa de Rubín.
¿Pero tan importante es esta mujer? No lo sé, pero pudiera serlo. La enamoraré. ¡Callad! ó más bien... ¿y qué tal, qué tal os fué el último año en Alcalá? Dorotea acababa de entrar en la sala. ¡Cómo! ¿este caballero es estudiante? dijo dejando sobre una mesa dos botellas. Y de teología dijo Quevedo.
Señora condesa dijo la joven al pasar por la antecámara, deteniéndose delante de la de Lemos , hacedme la merced de que sepa don Francisco de Quevedo, que necesito hablarle antes de que salga del alcázar y en mi aposento. ¿Me lo prometéis? Os lo prometo, amiga mía, y os aseguro que don Francisco os verá. Gracias, doña Catalina, gracias y adiós.
Lerma estaba tan trastornado con lo que le acontecía, como con sus asuntos el cocinero mayor. La duquesa de Gandía, por el momento había interpuesto en balde, respecto á Quevedo, su influencia para con el duque. Este se hizo conducir en derechura á casa de la Dorotea.
En primer lugar, caballero, yo no os conozco; en segundo lugar, no comprendo cómo acompañáis á mi parienta doña Catalina. Sentémonos dijo Quevedo con gran calma. Doña Catalina se sentó más turbada que nunca, y la abadesa extraordinariamente admirada, dominada por la sangre fría y la audacia de Quevedo.
Lope, aludiendo a la costumbre de ahorcar un pelele el Jueves Santo, figurando a Judas: «MENDOZA. Y ¿qué importa que una dama tenga el cuerpo diligente..., las caderas como en Flandes, las piernas como un jinete, si el rostro puede ser molde de hacer diablos para el jueves en que al despensero cuelgan que afrentó los calabreses?» Quevedo, Vida del buscón llamado don Pablos..., libro II, cap.
Palabra del Dia
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