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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Fernando de Herrera, Pablo de Céspedes, el licenciado Roelas, Martínez Montañez, Juan de Malara, Baltasar del Alcázar, los Carducho, Góngora, Jauregui, Alonso Cano, Quevedo, Rodrigo Caro, autor de la soberbia elegía a las ruinas de Itálica, y tal vez Miguel de Cervantes.

De unas estocadas... Ni aun con la lengua las doy hace un siglo. Pues señor dijo el rey , ahora veo que no os he llamado para nada. Me ha llamado, indudablemente, vuestra majestad, para que venga. Y siendo venido para que os vayáis. Y el rey bostezó más profundamente, se escurrió á lo largo de las almohadas y se rebujó. Dios á vuestra majestad muy buenas noches dijo Quevedo.

Pero al fin, consolémonos de nuestro aislamiento en el rincón occidental, reconociendo en familia que nuestro arte de la naturalidad con su feliz concierto entre lo serio y lo cómico responde mejor que el francés a la verdad humana; que las crudezas descriptivas pierden toda repugnancia bajo la máscara burlesca empleada por Quevedo, y que los profundos estudios psicológicos pueden llegar a la mayor perfección con los granos de sal española que escritores como D. Juan Valera saben poner hasta en las más hondas disertaciones sobre cosa mística y ascética.

¡Doña Clara os espera! dijo Quevedo. Don Juan siguió á su amigo, y entrambos salieron de la casa. El padre Aliaga se quedó orando al lado del cadáver de Dorotea. El cocinero de su majestad supo al día siguiente, al ir á oír misa á Santo Domingo el Real, una noticia horrible.

No me amáis todo lo que yo quisiera... pero me amáis... ; me amáis... y yo os haré tanto... yo seré para vos tanto... ¿Qué seréis para ? El camino de los honores, del mando, del trono. ¡Eh! ¿qué decís del trono, señora? dijo Quevedo con un acento tan singular como nadie hasta entonces había oído en él. Digo, que sin haceros rey, os pondré sobre el rey, y como el rey está en el trono...

Id, id con Dios, don Francisco dijo el duque , y no os olvidéis nunca que os he buscado. Lo que no olvidaré jamás es la causa por que he venido dijo Quevedo, y salió.

Antes que Felipe III han sido sus abuelos rigorosísimos con los moriscos exclamó el duque de Lerma, aturdido por la filípica de Quevedo. ¡Los clérigos y los frailes! siempre esa plaga que ha logrado dominar al trono y que acabará con la gloria y con el poder de España.

Me parece que oigo la voz de mi prima. ¡Oh! pues dejadme hacer, fingíos muy turbada. Quevedo no pudo decir más.

Apartad, caballero, apartad, y no profáneis ese cadáver dijo el padre Aliaga, poniéndose delante de Dorotea. ¡Oh! ¡para qué quiero vivir! ¡Para doña Clara de Soldevilla, para vuestra esposa! dijo severamente Quevedo ; ¡ya que esa desgracia es irremediable, no causéis otra desgracia mayor! ¡Clara! ¡mi esposa! exclamó don Juan.

Temía haber sido burlada por Quevedo, y esto la hacía temblar de indignación. Le había abierto su alma y sus brazos, y la condesa de Lemos era demasiado altiva, demasiado honrada, demasiado pura, para permitir que el único hombre por quien se había olvidado de todo, se desprendiese de sus brazos riendo.

Palabra del Dia

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