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Id con Dios, señor duque. Lerma salió, y Dorotea le acompañó hasta la puerta. Cuando oyó el ruido del carruaje del duque, volvió á la sala. En ella estaba ya Quevedo. Confieso que merecéis mucho, hija Dorotea exclamó ; habéis evitado que me prendan, del modo que más me convenía á , y que menos os compromete á vos.

Cuando llegó la hora de almorzar, tenía ya muy buen apetito, y el comadrón y su esposa estuvieron muy amables con él, diciéndole que le agradecerían fuese todos los días, si tenía gusto en ello. Ya Quevedo no era celoso, y desde que su esposa se había redondeado hasta hacer la competencia a los quesos de Flandes, se curó el buen señor de sus murrias y no volvió a hacer el Otelo.

No, no; es blanca. ¿Cómo, pues, sabéis su color si iba tapada? Una mano... ¡Ah! es verdad, las tapadas que tienen buenas manos no las tapan. Pues no es la condesa de Lemos dijo para Quevedo. Era alta, gallarda, muy dama, muy discreta, joven, andar majestuoso... No conozco dama que tenga más majestad en palacio que la reina.

Entre tanto Quevedo había levantado el papel que se había caído de la mano de Dorotea y que ésta había sacado de su seno.

Su entristecido arqueo de cejas le prestaba vaga semejanza con los retratos de Quevedo; su pescuezo, flaco, pedía a voces la golilla, y en vez de la vara que tenía en la mano, la imaginación le otorgaba una espada de cazoleta.

Pues es verdad dijo. ¡Qué! ¿había creído vuesa merced que le engañábamos? dijo Casilda. Todo pudiera ser. Pero veamos si me decís también ahora la verdad. Veamos dijo Casilda. ¿Dónde está tu señora? No lo . ¿Cómo que no lo sabes? Ha venido por ella el bufón del rey y se la ha llevado en una silla de manos. sabes dónde está tu señora dijo Quevedo encarándose de repente á Pedro. ¡Yo!

Este hombre es el sargento mayor don Juan de Guzmán. El causante de este asesinato, ó los causantes, han sido don Francisco de Quevedo y Villegas...» La alegría nubló de nuevo los ojos del licenciado, porque, como todos los tontos á los hombres de ingenio, tenía suma ojeriza á Quevedo.

¿Qué estáis diciendo? He tenido celos de una mujer cuando creí amar á don Rodrigo... ahora... ¡ahora le aborrezco! Hacéis mal. ¿Que hago mal? ¿Sabéis para qué llamaba la reina á Calderón en aquellas cartas? Quevedo hablaba á bulto, porque como saben nuestros lectores, no las conocía. ¿Para qué llama una mujer á un hombre? Margarita de Austria, más que mujer es reina.

Y además, hasta la vanidad de Quevedo, que también tenía vanidad, estaba halagada, y su buen gusto, que le tenía exquisito, estaba satisfecho.

Añadió que había ido al alcázar y que no había podido hablar á Doña Clara, porque estaba en audiencia con el rey, y que en cuanto á don Francisco de Quevedo, ninguna de las personas á quienes por él había preguntado le habían dado razón de tal persona. Se empeoraba el negocio á la vista de don Juan, y como hemos dicho, no pudo dormir en toda la noche.