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Se mira tal como era la tarde de invierno en que el azar lo puso ante el señor Aubry, en París, en el salón escolar del sexto distrito. Un extraño fenómeno de su memoria sobreexcitada le produce una reminiscencia exacta no sólo de los hechos sino también de su estado de alma de niño.

En tanto que su imaginación sobreexcitada la miraba regresar así al antiguo hechizo inquietante, no se preguntó una vez siquiera si era un bien o un mal su casamiento con ella. Por el contrario, perdido en las presentes conjeturas, experimentaba la inconfesable satisfacción de que este matrimonio era ya, de todos modos, un hecho consumado.

El modo de andar de aquel hombre, de quien no percibía más que el bulto, no era de un campesino. Gonzalo dormía aquella noche en Sarrió. Además, su cuñado era mucho más alto. Fuertemente sobreexcitada por una idea espantosa, se acostó otra vez, pero no logró dormir. Todo el día siguiente estuvo triste y preocupada.

Asi, pues, por desgracia, al triunfo de la independencia sucedia la discordia civil en la América del Sud, enconada y sobreexcitada por medidas cuyo espíritu, cuyo fin no era otro que el de la conciliacion, el bienestar y la fuerza. Pero el hombre propone y Dios dispone.

La condesa sacó una mano por la abertura de las maderas, y Quevedo la besó suspirando. Adiós dijo, y se alejó. La reja se cerró silenciosamente. Poco después Quevedo llamaba á la puerta del aposento de doña Clara. Aquella puerta se abrió al momento. Encontró á doña Clara sobreexcitada, encendida, inquieta, con la mirada vaga, con todas las señales de una inquietud cruel.

Prescindo de los primeros capítulos, a pesar de que insistiré sobre el de París, porque si bien su lectura es fácil, las aventuras a bordo del Ville de Brest no ofrecen extraordinario interés. Poco tema da el autor sobre Venezuela: más bien dicho, deja al lector con su curiosidad integra, sobreexcitada, pero no satisfecha.

¡Por venganza! Contra mi marido, porque al procurar un entretenimiento al príncipe, no ha tenido á mano otra cosa que la querida de don Rodrigo Calderón. Tal vez os ame... y aunque esto no es disculpa... Don Rodrigo no me ama... porque... ¿Por qué? Porque no se ama más que á una mujer, y don Rodrigo está enamorado de... ¿De quién? exclamó la duquesa, cuya curiosidad estaba sobreexcitada.

La condesa de Lemos, sobreexcitada, trémula, enamorada, se quedó profundamente pensativa y devorada por la impaciencia, paseándose á lo largo de su recámara. DE CÓMO LE SALIÓ Á QUEVEDO AL REV

Baltasar y Borrén, de americana y hongo, se colocaron entre la apiñada muchedumbre y quizá le murmuraron al oído cien mil dislates; pero no estaba el alcacer para gaitas, es decir, no estaba Amparo de humor de requiebros, hallándose exclusivamente poseída del fervor político. Sentíase sobreexcitada, febril, en días tan memorables.

A poco llegó Juana la Larga, no trastornada, porque era sobria y prudente, pero algo sobreexcitada y de buen humor por haber presidido la opípara cena en casa de don Andrés Rubio, cenando entre el rey David y San Pedro.