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Actualizado: 24 de abril de 2025


-No me creo desos juramentos -dijo Andrés-; más quisiera tener agora con qué llegar a Sevilla que todas las venganzas del mundo: déme, si tiene ahí, algo que coma y lleve, y quédese con Dios su merced y todos los caballeros andantes; que tan bien andantes sean ellos para consigo como lo han sido para conmigo.

Anciana no ser ella. ¿ qué sabes, si no la ves? Decente ella. que lo será, sin agraviar. Pero a ti te gustan las viejas. Ea, yo me voy, señora, que lo pasen bien dijo Benina, azoradísima, levantándose. Quédese, quédese... ¡Si es groma!». La Diega la instó también a quedarse, añadiendo que habían comprado un décimo de la Lotería, y ofreciéndole participación.

Pues dándome ya por casado con doña Guiomar, dijo Cervantes, mirad si yo os recompensaré bien por lo que ahora me sirváis; antes ha de faltaros talego, que escudos para llenarle. Pues diga vuesa merced, señor soldado, dijo relumbrándole los ojos la tía Zarandaja. Quédese aquí por ahora, dijo Cervantes, que yo vendré más tarde y hablaremos.

Pero no lo digamos y quédese en el tintero para no hacer interminable este escrito. Mucho podrá decirse en pro y en contra de las Odas del Sr. D. Eduardo Marquina, pero no que son un libro insignificante.

Pienso en el mundo como un marino piensa en el mar cuando se ve en su casa; después de un viaje de continuos temporales. , quédese usted dijo Rafael. No puede usted figurarse el miedo que he pasado en Madrid, pensando si la encontraría o no al volver.

¡Oh, si! ya lo supongo dijo Lázaro, procurando quitarse de encima el peso de aquel brazo, que le hundía de la manera más despótica. Quédese usted tranquilo. ¿Va usted á alguna comisión del Doctrino ó de Lobo? No; voy á un asunto. Esta no es noche de asuntos. Buenas noches dijo Lázaro apartándose.

Hable sin reparos. Tiene usted, divina criatura, el alma clarividente; alma de sibila. Usted lee en mi pecho. ¿Qué necesidad tengo de hablar? Ahórreme el mal rato de tener que decírselo yo. O habla usted, señor Apolonio, o quédese con Dios, que no soy amiga de adivinanzas. Sea. Sus deseos para son un ukase imperial. Apolonio continúa hablando, cohibido y a tropezones.

No, no; si tengo yo. Tome usted. Las cuentas claras. Tome usted. Y le entregó una pieza de dos cuartos. Sobra uno, señorito; queda en cuenta, ¿eh?, para mañana. Ya que usted es tan puntual, yo también.... ¡No, no!, de ninguna manera. Quédese usted con el otro o delo a un pobre. El cartero se fue riendo. Riéndose va de pensó Bonis ; ¡creerá que he querido comprar su silencio con dos maravedís!

La estaca era, lector, el estar los caballos amarrados afuera, aunque sin haber roído un mal grano, ni haber hecho un céntimo de gasto ni de desperfecto. Echó don Simón un duro sobre la mesa. Quédese usted con la vuelta dijo don Celso, que mandaba hasta en los deseos del candidato. Guardó el avaro la moneda; pero no dijo una palabra.

El P. Gil, que le seguía con Joaquinita, dijo a ésta al llegar al piso primero: Quédese por ahora aquí; yo subiré solamente. Cuando llegó al segundo, tropezó con D. Álvaro que salía a punto de su habitación. Su rostro, siempre pálido, lo estaba ahora tanto que daba miedo. En cuatro palabras Ramiro le había enterado de lo que ocurría.

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