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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Otro tanto dixo el criado quinto al quinto amo; pero el sexto se explicó de muy diferente modo con el sexto forastero, que estaba al lado de Candido, y le dixo: A fe, Señor, que nadie quiere fiar un ochavo á Vuestra Magestad, ni á mi tampoco, y que esta misma noche pudiera ser muy bien que nos metieran en la cárcel, y así voy á ponerme en salvo: quédese con Dios Vuestra Magestad.

Un príncipe conozco yo que puede suplir la falta de los demás, con tantas ventajas que, si me atreviere a decirlas, quizá despertara la invidia en más de cuatro generosos pechos; pero quédese esto aquí para otro tiempo más cómodo, y vamos a buscar adonde recogernos esta noche.

13 Y la mujer que tiene marido incrédulo, y él consiente para habitar con ella, no lo deje. 17 Sino que cada uno como el Señor le repartió, y como Dios llamó a cada uno, así ande; y así ordeno en todas las Iglesias. 18 ¿Es llamado alguno circuncidado? Quédese circunciso. ¿Es llamado alguno incircuncidado? Que no se circuncide.

El despecho de ésta se manifestó llamando a Ramoncito, que se mantenía un poco alejado. Y usted, Ramón, ¿por qué no se queda? ¿Come usted también en casa de tía Clementina? No: yo no.... Pues quédese usted, hombre. Ya procuraremos que no se aburra. ¡Yo aburrirme al lado de usted! exclamó el concejal, casi desfallecido de placer. Nada, nada: definitivamente se queda ¿verdad?

Plácido que entre sus amigos tenía fama de filósofo, perdió la paciencia, arrojó el libro, se levantó y se encaró con el catedrático: ¡Bastante; Padre, bastante! V. R. me puede poner las faltas que quiera, pero no tiene derecho á insultarme. Quédese V. R. con su clase, que yo no aguanto más. Y sin más despedida, salió.

Tan buen color dió Avendaño a su mentira, que a la cuenta del huésped pasó por verdad, pues le dijo: Quédese, amigo, en la posada; que aquí podrá esperar a su señor hasta que venga. Muchas mercedes, señor huésped respondió Avendaño , y mande vuesa merced que se me un aposento para y un compañero que viene conmigo, que está allí fuera; que dineros traemos para pagarlo tan bien como otro.

Ballester la miraba sin osar decirle nada, respetando aquel dolor que por lo muy verdadero no podía disimularse. Por fin, Fortunata, como quien vuelve en , se levantó de la silla, y le dijo: Esas píldoras, ¿las ha hecho usted? Y a propósito, a usted no le vendrá mal tomarse una. ¿Yo?... Lo mío no va con píldoras... Quédese con Dios; me voy a mi casa.

Yo contaba con seguir aquí, al servicio de usted, hasta el día en que debo estar en la hacienda, y he querido.... No, joven, no; lo que ha de ser tarde que sea temprano. Me sentí humillado, y callé. Vea usted, joven; agregó con dulzura quédese usted conmigo.... Le aumentaré los emolumentos; le daré cinco pesos más. ¡Creo que con eso no tendrá usted dificultades! ¡Imposible, señor!

Eso es imposible dijo tristemente Juanita; se acerca el último instante de mi vida, y de usted depende endulzarlo; quédese conmigo, no me abandone... ¿Me lo promete, no es cierto? El anciano no se atrevió a contestar. ¿Rehúsa usted, por ventura? exclamó la enferma. No puedo, señora, no puedo. ¿Por qué motivo? Se me espera en otra parte. ¿Hoy? Esta misma tarde.

Ya, ya te entiendo. Te haces la humilde para disimular mejor tu soberbia... Todo te lo perdono; ya sabes que te quiero, que soy buena para ti... En fin, me conoces... ¿Qué dices? Nada, señora, no he dicho nada, ni tengo nada que decir murmuró Nina entre dos suspiros hondos . Quédese con Dios.

Palabra del Dia

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