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Pues ahí está, Virtudes de mi alma, tu grandísima equivocación: en suponer que yo me aburro en esta soledad ni poco ni mucho, ni siquiera un solo instante. Lejos de aburrirme, son tantas las distracciones que tengo, que me falta tiempo para todo, hasta para escribirte; solamente me sobra para conocer mi pecado y sentir sus mordeduras en la conciencia. ¡Esta que es la pura verdad!

Tendré que aburrirme sin poder bailar... y eso que voy con tres hombres. ¡Qué suerte la mía! Pero alguien intervino como si hubiese escuchado sus quejas. Torrebianca hizo un gesto de contrariedad. Era un joven danzarín, al que había visto muchas veces en los restoranes nocturnos.

Ella parecía haber olvidado el pasado, y Gallardo no se atrevía a recordarlo ni osaba el menor avance, temiendo una de sus explosiones de cólera. ¡Sevilla! decía doña Sol . Muy bonita... muy agradable. ¡Pero en el mundo hay más! Le advierto a usted, Gallardo, que el mejor día levanto el vuelo para siempre. Adivino que voy a aburrirme mucho. Me parece que me han cambiado mi Sevilla.

Ya tienes tu ramo de helechos y manzanilla atravesado en el pecho, como la banda de una gran cruz, y tu manojito en el pelo, y tu ramillete en la mano. ¿Y después? Después, y también antes, de rato en rato, veré lo que va dibujando Leto, y cómo cazan ustedes... hasta que llegue la comida, que de seguro llegará mucho antes de que pueda yo empezar a aburrirme.

Ella sacó de su ridículo un libro y se lo dio diciendo: Ahora tendrás la amabilidad de leerme un poquito, estoy segura de ello. He traído esta novela porque es de tu autor favorito y quiero que el día de hoy te diviertas mucho, mucho... porque si no te diviertes mucho, mucho, yo estoy decidida a aburrirme. Cirilo cogió el libro riendo y se puso a leer.

Comenzó el buen señor por aburrirme muchas veces, hablándome de la guerra del francés, como él dice, y del Duque de Wellington.

El despecho de ésta se manifestó llamando a Ramoncito, que se mantenía un poco alejado. Y usted, Ramón, ¿por qué no se queda? ¿Come usted también en casa de tía Clementina? No: yo no.... Pues quédese usted, hombre. Ya procuraremos que no se aburra. ¡Yo aburrirme al lado de usted! exclamó el concejal, casi desfallecido de placer. Nada, nada: definitivamente se queda ¿verdad?

Por lo mismo, no me dejaría tiempo a aburrirme seguramente. ¿Qué sabes de eso, mamarrachillo? Hablas de como si me supieses de memoria. ¡Qué más quisiera yo! ¡Vaya, Emilio, no seas payaso! Mira que me estás faltando al respeto. La conversación siguió en este tono alegre y cariñoso mientras el carruaje rodaba por las calles sombrías.

Volvió a cerrarlos. Pero haciendo al cabo de algunos instantes un esfuerzo para incorporarse, dijo con voz más firme: Para que la vida en otro mundo me fuese soportable... sería forzoso que trasformasen mi ser por completo... Mi carácter por sólo bastaría para aburrirme... Déjeme usted reposar en paz... Deje usted, padre, que se destruya el error fundamental de mi existencia... Ni yo ganaría nada con perpetuarme... ni el Universo tampoco... Ahí quedan otros millones de seres encargados de sostener el fardo de la vida.