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Actualizado: 29 de junio de 2025
Más seguro era esto que no la operación de llamar a los espíritus soterranos... Esto pensaba, cuando se encontró de manos a boca con Petra y Diega, que de vender venían, trayendo entre las dos, mano por mano, una cesta con baratijas de mercería ordinaria. Paráronse con ganas de contarle algo estupendo y que sin duda la interesaba: «¿No sabe, maestra? Almudena la anda buscando. ¿A mí?
Anciana no ser ella. ¿Tú qué sabes, si no la ves? Decente ella. Sí que lo será, sin agraviar. Pero a ti te gustan las viejas. Ea, yo me voy, señora, que lo pasen bien dijo Benina, azoradísima, levantándose. Quédese, quédese... ¡Si es groma!». La Diega la instó también a quedarse, añadiendo que habían comprado un décimo de la Lotería, y ofreciéndole participación.
No había acabado el marroquí su oriental leyenda, cuando Benina vio entrar en el café a una mujer vestida de negro. «Ahí tienes a esa fandangona, tu compañera de casa. ¿Pedra? Maldita ella. Sacudir ella yo esta mañana. Venir, siguro, con la Diega... Sí, con una viejecica, muy chica y muy flaca, que debe de ser más borracha que los mosquitos. Las dos se van al mostrador, y piden dos tintas.
Dejarla manifestó con benevolencia la Petra , por si tiene que ir a ganarlo; que nosotras ya lo hemos ganado». Interrogadas por Almudena, refirieron que habiendo cogido la Diega unos dineros que le debían dos mozas de la calle de la Chopa, se habían lanzado al comercio, pues una y otra tenían suma disposición y travesura para el compra y vende.
Primero se puso a cambiar, y luego a vender churros, pues tenía tino de comercianta; pero nada le valió su buena voluntad, porque hubo de cogerla de su cuenta la Diega, que en pocos días la enseñó a embriagarse, y otras cosas peores. A los tres meses, Pedra no era conocida. La enflaquecieron, dejándola en los puros pellejos, y su aliento apestaba.
«Y no la encontraste hasta tantismos años de correr, y se llamaba Nicolasa dijo la Petra, queriendo ayudar al biógrafo de sí mismo. ¿Tú qué saber? No ser Nicolasa. Entonces será la señora apuntó la Diega, señalando no sin cierta impertinencia a la pobre Benina, que no chistaba. ¿Yo?... ¡Jesús me valga! Yo no soy ninguna tarascona que anda por los caminos».
De la Diega no podía determinarse si era joven o entre-vieja. Por la estatura parecía una niña; por la cara escuálida y el cuello rugoso, todo pliegues, una anciana decrépita; por los ojos, un animalejo vivaracho. Su flaqueza era tan extremada, que Benina no pudo menos de comentarla mentalmente con una frase andaluza que usar solía su señora: «Esta es de las que sacan espinas con los codos».
«Yo no juego replicó Benina : no tengo cuartos. Yo sí dijo el marroquí : dar vos una pieseta. Y la señora, ¿por qué no juega? Mañana sale. Seremos ricas, ricachonas en efetivo dijo la Diega . Yo, si me la saco, San Antonio me oiga, volveré a establecerme en la calle de la Sierpe. Allí te conocí, Almudena. ¿Te acuerdas? No mi cuerda, no... Vos conocisteis en Mediodía Chica, por la casa de atrás.
Convídanos a un medio para que se te remoje la lengua, que la tienes más seca que suela de zapato. Yo no convidar mí ellas, b'rrachonas. No tener diniero migo. Por eso no quede dijo la Diega, rumbosa. Yo no bebo declaró la Benina , y además tengo prisa, y con permiso de la compañía me voy. Quedar ti rato más. Dar once reloja.
Otro día nos lo contará indicó Benina, que, aunque gustaba de oír aquellos entretenidos relatos, no quería detenerse más, recordando sus apremiantes quehaceres. Espérese, señora: ¿qué prisa tiene? le dijo la Diega . ¿A dónde irá usted que más valga? Otro día contar más indicó el ciego sonriendo . Mí ver mundo mocha. Estás cansadito, Jai.
Palabra del Dia
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