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Actualizado: 18 de junio de 2025
Doña Manuela atendía con interés las palabras de los compradores y no volvió la cabeza para ver quién abría la puertecilla de la garita a la que pomposamente llamaban despacho y saltaba velozmente el mostrador. Siéntese usted, mamá.
Venga vuestra señoría conmigo; cabalmente doña Clara, según me ha dicho su dueña, no está de servicio. Vamos, pues dijo el padre Aliaga. Ruy Soto encendió una lámpara de mano, abrió una puertecilla y subió por una escalera de caracol. El padre Aliaga le siguió. Poco después Ruy Soto llamaba á la puerta del cuarto de doña Clara, y daba el recado del padre Aliaga.
En efecto, Golfín vio que el ciego, tocando el suelo con su palo, se dirigía hacia una puertecilla estrecha, cuyo marco eran tres gruesas vigas. El perro entró primero olfateando la negra cavidad. Siguole el ciego con la impavidez de quien vive en perpetuas tinieblas. Teodoro fue detrás, no sin experimentar cierta repugnancia instintiva hacia la importuna excursión bajo la tierra.
Atravesando una puertecilla que junto al mostrador había, pasaron a un cuartucho estrecho y oscuro, formado en el anguloso hueco de la escalera que a las terulias conducía. Un ruinoso banco ofreció durísimo y no muy limpio asiento a los tres individuos, y dábanle compañía algunas cafeteras de largo pico, cajas vacías, escobas y enormes cangilones destinados a usos distintos.
Un joven, modestamente vestido, atraviesa resuelto aquel enjambre de mujeres y de hombres, á los que mira con una expresión compleja de respeto y desdén. Va pensando: «Algún día, muy pronto quizás, vendréis á oírme...» Desaparece por una puertecilla lateral.
Con gran trabajo y tirando de los dos cordones a la vez, con sumo tiento, pudo Germán descorrer la contraria, y asustada por la luz, saltó entonces del altar una gallina y echaron a correr dos o tres pollos cacareando, entrándose por una puertecilla entreabierta que a la derecha del retablo había.
Currita miró a Germán estupefacta, y este, conteniendo a duras penas una carcajada, que le pareció falta de respeto a su ilustre dueña, contestó muy grave. El cocinero encierra aquí a los que ha de matar para tenerlos más a mano. ¿Pero por dónde los mete?... ¡Si estaba la puerta tan atrancada!... Por la otra puertecilla de la sacristía que da junto a la cocina... ¡Ya!...
Lo que la víspera había observado, oculto tras los abedules próximos a la puertecilla del parque, no dejaba de ser una realidad desoladora... La señora Liénard no se preocupaba de él y reservaba para su rival todas sus amables atenciones... Sentíase el corazón lleno de amargores al recordar lo que había visto la tarde anterior en Rosalinda: veía la puertecilla abrirse bruscamente, aparecer en ella amable la hermosa viuda y tender a Delaberge su mano en la que éste dejaba galantemente un beso...
Insensiblemente se dejó arrastrar por un espíritu de desconfianza que acababa de despertarse en él, y dentro de su casa, por una precaución inexplicable, le hacía andar de puntillas como si fuese un ladrón. Sin darse cuenta de ello, se vio junto al cortinaje que cubría la puertecilla por donde entraba doña Manuela todas las noches a la hora de acostarse.
Abrióse entonces violentamente la puertecilla y apareció en ella Jacobo, revólver en mano... Imposible era reconocer al tío Frasquito en aquel esperpento, y Jacobo no vino en la cuenta de quién era hasta que tendiendo el fantasma hacia él los brazos abiertos, gritó angustiado: ¡Jacobo!... ¡Jacobo!...
Palabra del Dia
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